Estuve unos cuantos días en la playa.
Cerca de la playa, más bien, en una casa, pues en
la playa misma no te permiten alojar.
Mientras estaba en esa casa vi pasar una gran
cantidad de personas en dirección a la playa.
La mayoría de esas personas estaban unas cuantas
horas en la arena y luego regresaban.
A veces también, antes de regresar, estaban unos
minutos en contacto con el agua.
Creo que por eso llevaban toallas.
Una de esas personas era una chica que iba a la
playa con un galgo.
Un galgo, por cierto, no es un habitante de una región
extraña, sino un tipo de perro.
Y ella iba a la playa con un galgo.
El galgo llevaba un bozal y la chica de vez en
cuando le hablaba al galgo.
El bozal era un elemento que se le ponía en el
hocico al perro, para que lo mantuviera cerrado.
Creo que el galgo lo llevaba por una normativa de seguridad.
De todas formas, con bozal o sin bozal el galgo no
hubiese sabido responder a aquella chica.
No con palabras, me refiero.
El galgo se llamaba Alfredo.
Lo supe porque una mañana a la chica se le arrancó
el galgo y ella lo llamaba gritando lo siguiente:
“¡Alfredo…! ¡Alfredo…!”
La chica pasó varias veces frente a la casa, esa
vez, llamando al galgo.
Entonces yo salí y le dije a la chica que estuviera
tranquila, que el perro iba a volver si ella se tranquilizaba.
No sé por qué le dije eso, pero justo mientras la
chica me miraba, volvió el galgo.
Se le había soltado el bozal y la chica volvió a
ponérselo mientras lo tomaba de la correa.
A su vez, mientras lo hacía, la chica me seguía mirando,
intrigada.
¿Cómo sabías
que volvería?, me preguntó entonces.
Yo no supe que decir así que me quedé en silencio,
mirando en otra dirección.
Había un actor de cine que hacía eso, en sus
películas, y luego siempre se acostaba con las chicas.
Lamentablemente, en las películas no se explicaba qué
es lo que hacía luego de mirar al horizonte y antes de acostarse con las
chicas.
Creo que a eso se le llama elipsis narrativa.
Y por culpa de esa elipsis, por supuesto, yo seguí,
simplemente, mirando el horizonte.
Luego la chica se fue, por supuesto.
Con el galgo.
Esa misma noche, por cierto, yo volví a Santiago.
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