miércoles, 13 de febrero de 2019

Los cebollines como argumento.


Siempre que voy a comprar algo compro cebollines. Un paquete de tres generalmente, unidos por un elástico. No lo pienso de antemano, simplemente lo hago así. Incluso, si voy a un lugar donde no venden cebollines, me desvío y paso por un lugar en que sí hayan. Entonces compro un paquete y lo meto en un costado de una bolsa y regreso a casa. Tal vez si no encontrara cebollines no regresaría más. No parece razonable, pero me parecen sin duda un buen argumento. El argumento de los cebollines, podría llamarlo. Volví porque tengo cebollines y debo prepararlos. Luego pienso en qué más debo preparar, mientras estoy en casa. Hoy por ejemplo los acompañé con papas doradas en mantequilla. También cociné tiras de carne y un poco de arroz. Nada muy complejo. Antes de picar los cebollines los dejé juntos, frente a una tabla, y comencé a pensar en aquello que escribía arriba. En el argumento de los cebollines, me refiero. Entonces caí en cuenta que los tres cebollines del paquete nunca son iguales. No pueden, de hecho, ser iguales. Siempre hay de diferentes tamaños como si fuesen una familia. Tanto así que alguien podría dibujarles rostros y les aseguro que coinciden. Le conté a mi hijo, mientras cocinaba, pero no me tomó en serio y me acusó de andar borracho. Era cierto, en parte, pero lo de los cebollines era todavía más cierto. Finalmente, comimos viendo One Punchman que también volvía con cebollines cuando iba de compras. Aunque no sé si en su caso, ellos puedan considerarse como argumento.

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