Un amigo emprendedor encargó decenas de miles de luciérnagas
a China.
Al parecer había leído que eran el regalo típico
para el día del amor, en algunos países de Asia.
Y claro, como el precio era mínimo y además tenía
unos contactos que le permitían obtener los permisos sanitarios rápidamente, se
embarcó en el proyecto.
El punto es que las luciérnagas llegaron y ya están
almacenadas y como estoy viajando por la zona en que vive aprovecho de ir a
visitarlo.
-Son feas las hueás –me dijo-. Si quieres te llevo
a verlas, pero te vas a decepcionar. Yo creo que el negocio se va a ir a la
mierda.
-Vamos a verlas –dije yo.
Fuimos.
La gran mayoría estaban almacenadas en unas
especies de bodegas con temperaturas especiales, pues al parecer, no resisten
mucho el calor.
Otras estaban en unas pequeñas piezas de vidrio,
desde donde podían observarse sin problemas.
-¿Veís que son feas las hueás? –dijo entonces mi
amigo.
-Vos soy más feo –le dije.
Él se afligió porque era cierto.
Una luciérnaga se rio.
-Más encima brillan poco… -continuó-. El otro día
vinieron de un hotel para ver si compraban y las vimos de noche y las hueás
apenas se veían…
-A lo mejor no estaba tan oscuro –dije yo.
-Esa misma hueá me dijo el hueón que me las vendió…
O sea, dijo que brillan más si la oscuridad es más profunda…
-Entonces está bien, po…
-No po, hueón, está mal –señaló-. Si a la gente no
le gusta la oscuridad profunda, como decía ese culiao… Todos se arrancan de esa
hueá… No importa si hay luciérnagas al fondo…
-Hmm… -dije yo.
Entonces siguió hablando sobre ciertos planes y
estrategias para vender las luciérnagas, a pesar de todo.
Yo, sin embargo, me quedé pegado en aquello sobre la oscuridad profunda.
Justo entonces, mi amigo se sobresaltó porque
encontró una luciérnaga fuera de los vidrios.
-Por dónde se habrá arrancado esa hueá… -dijo,
mientras inspeccionaba.
En tanto, la luciérnaga en cuestión se acercó hasta
donde yo estaba y descendió lentamente hasta mi vaso de cerveza y se posó sobre
la espuma.
Yo creo que hasta tomó un poco.
Me acerqué a mirarla.
-¡Qué miray, hueón sin brillo…! –me dijo entonces,
con voz bajita.
Llegué a saltar de la impresión, pero mi amigo no
estaba a la vista, para mostrarle el fenómeno.
-Esa es mi cerveza –atiné a decir, simplemente.
-Media hueá… -comentó.
Yo me quedé en silencio.
-Ya… si tomé poco un no más… ahora me voy… -agregó,
más afable.
Yo seguía en silencio.
Mi amigo todavía no volvía.
-A veces se necesita esa hueá, pa irse a la
oscuridad profunda… -fue lo último que dijo, mientras se alejaba.
Yo no me pude ni despedir.
Justo en ese instante volvió mi amigo.
Comentó que estaba todo cerrado y supongo que
después habló otras cosas.
-Me tengo que ir –dije entonces.
Y era cierto.
Tomé otro pack de cerveza, para el camino, y me
encaminé hacia el bosque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario