miércoles, 7 de enero de 2015

Todas mis palabras las llevo conmigo.



Todas mis palabras las llevo conmigo
o las dejo en la red.

Aunque las que dejo en la red
ya no son mis palabras.

No voy a volver por ellas.

Tampoco son migas para volver por un camino.

Los caminos no tienen regreso.

Nada tiene regreso.

Por otro lado
las palabras que llevo conmigo
no saben que van conmigo
y hasta de cierta forma,
yo mismo
las desconozco.

Y es que alguna vez guardé palabras,
o hasta frases enteras,
pero fui aprendiendo con el tiempo:

¡Nada de eso puede hacerse!

Ni mi voz ni mi ropa
tienen bolsillos.

Y las palabras guardadas se pudren
como la carne de los muertos.

De esta misma forma
si lo pensamos
vive el mago que arranca pañuelos de su sombrero
sin preocuparse  -y sin saber-,
cuántos quedan
ahí dentro.

Parece sencillo,
pero con eso basta.

No hay más sabiduría
que aquella,
podría resumir.

Así,
el mago acabará su magia,
y las palabras cesarán
en algún momento.

Eso es algo que debe aceptarse.

Con todo,
debe existir el momento
en que el propio mago dude
(y tenga fe al mismo tiempo)
respecto a la verdadera naturaleza de sus pañuelos…

Un segundo, me refiero,
en que el mago dude del truco
y crea en la posibilidad de lo que podríamos llamar
“verdadera magia”.

No digo que exista, por supuesto,
solo estoy hablando de un instante.

Y claro,
si me preguntan,
confío plenamente
en ese instante.

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