Soñé que subía hasta la cima de una montaña.
A medida que subía, todo se iba haciendo más
silencioso.
Me refiero a que las voces de los hombres se iban
perdiendo, en la distancia.
Por otro lado, los pocos sonidos que llegaban,
desde los hombres, se volvían ininteligibles.
Todo producía una sensación de alivio.
Extrañamente, dentro de uno, las palabras también
se hacían mínimas.
Me refiero a que incluso la forma de pensar cambiaba, y uno observaba apenas, sin palabras.
Veía pasar todo, entonces, en el sueño, y yo no
conocía los nombres.
Ahora sé que eran pájaros y un zorro y gran
cantidad de árboles, pero en el sueño solo observaba.
Fue entonces que, ya en la cima, comencé a sospechar
–sin palabras, claro-, que algo andaba mal, o al menos, que era extraño.
Así, cerré los ojos, en el sueño.
Y tomé la decisión, intuitivamente, de bajar
aquella montaña.
No sé bien por qué lo hice, en el sueño, pero
supongo que la sensación de alivio, terminó por inquietarme.
Así, poco a poco, mientras bajaba, fui haciéndome consciente
de la pérdida de las palabras.
Y claro, al mismo tiempo, comenzaba a recuperarlas.
Creo que fue entonces que me detuve a observar todo
aquello que había bajo la montaña.
Y me pareció ver entonces que todo, incluida la
montaña en que me encontraba, era al mismo tiempo un gran montón de palabras
que se equilibraban sobre una única palabra.
Así, finalmente, en el sueño, descendía hasta la
base de todo, para descubrir cuál era la palabra sobre la cual todas las otras
se equilibraban.
Finalmente, descubría, en el sueño, que esa palabra
no tenía sentido.
Todos sabemos, por cierto, de qué palabra se trata.
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