“Por una razón u otra,
las cosas que no comprendía
solían ser
las que me robaban el corazón”
H. M.
Caminamos por un recorrido difícil, pero que ya
hemos realizado en otras ocasiones.
Primero hay un pequeño bosque, luego una gran e
irregular colina y finamente, siguiendo un pequeño arroyo, se llegaba a un
lago, que por lo general tenía agua algo tibia, dependiendo de la estación.
Esta vez, sin embargo, por más que buscamos no
pudimos dar con el arroyo y solo reconocimos el lugar por una pequeña cabaña
que estaba junto al lago.
Esta vez, por cierto, tampoco estaba el lago.
Es decir, no estaba el agua que llenaba la cuenca
del lago, pero el espacio donde debía estar el agua existía todavía. Seco en
unos sectores y algo pantanoso y con juncos, en lo que había sido la parte
central.
Ahí había un
lago, nos dijimos.
Fue entonces que, al querer hablar sobre lo ocurrido,
caímos en cuenta que no conocíamos –o no recordábamos-, el nombre de aquel
lago.
Así, fuimos hasta la cabaña y hasta hablamos con
algunas personas del lugar.
Sin embargo, nadie recordaba el nombre.
Como ya era de noche, decidimos acampar ahí, a un
costado de lo que fue el lago y tratamos de ver en mapas y preguntarle a otras
personas qué nombre había tenido.
Lamentablemente, nada parecía arrojar resultados
positivos en nuestra investigación.
La única pista fue un letrero borroso, que había
indicado el nombre años atrás, donde podía apreciarse, más o menos, que el lago
había tenido un nombre con tres sílabas.
Eso fue todo lo que pudimos averiguar.
Por la mañana, antes de irnos, dimos una vuelta en
torno a la cuenca del río.
Lo bordeamos entero en aproximadamente cuatro
horas.
Eso nos calmó un poco, de cierta forma.
Así, finalmente, hacia el mediodía, regresamos
hasta las zonas donde aún quedaba agua dentro de los lagos.
Y claro, esos lagos todavía tenían nombres que no
habían sido olvidados.
Nos bañamos en uno de esos, durante la tarde.
Eso fue lo que hicimos.
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