Estamos acampando en el patio de una casa que da a
un río.
Entonces, mientras tomábamos café con leche, por la
tarde, un tipo llega nadando, por el río y sale al patio de la casa, donde
acampábamos.
-Hola –nos dice-. Soy el tío José.
-Hola –dijimos, sorprendidos.
-¿Está la Marta? –preguntó.
Nosotros nos miramos, y le preguntamos quién era.
-Una mujer de lentes, gordita.
-No sé… -le dije-. A nosotros nos atendió una
señora bien flaca, que usaba delantal… y que se llama Elisa.
-Esa no es la Marta –nos dijo.
-No po… no es la Marta –comentamos.
Luego le ofrecimos un café.
Él aceptó.
También le ofrecimos una toalla, pues corría un
viento helado y ya era tarde, pero él la reusó.
Luego de unos diez minutos de silencio el hombre se
volvió a meter al río y siguió nadando.
Nosotros ya estábamos con chaleco, por el frío.
Entonces llegó la señora Elisa con unos panes
amasados.
-Vino un señor nadando y preguntó por Marta –le dijimos.
-¿El tío José?
-Sí, eso dijo.
La mujer se quedó en silencio.
Le dijimos que acá estaba usted y tomó un café con
nosotros. Pensamos que usted lo había visto, desde la casa.
La mujer siguió en silencio.
-Váyanse mañana temprano –fue lo único que nos
dijo.
-Sí, en eso quedamos –dije yo-. Tenemos que irnos
de amanecida.
La mujer volvió a su casa.
Nosotros nos quedamos en el patio.
Pasó otro rato.
Mi hijo se fue a dormir a la carpa y yo guardé unas
cosas.
Luego leí algunas páginas de un libro.
Mientras entraba a la carpa le pregunto a mi hijo
por qué cree que se enojó la señora Elisa.
-Ese hombre estaba ahogado –dice mi hijo, que suele
hablar dormido.
Yo lo miro y veo que tiene los ojos cerrados y que
se voltea en el saco.
No vale la pena despertarlo.
Escribo el texto.
Ahora voy a despertarlo para que me preste señal de
internet, desde su celular.
No le diré, obviamente, qué me dijo.
Debo confesar, por cierto, que tengo escalofríos
mientras escribo.
Y es que siento que la Marta, de una forma extraña,
está aquí.
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