“Qué
linda en la rama la fruta se ve,
si lanzo
una piedra tendrá que caer”.
Para empezar no se olvide usted del epígrafe de
este texto. No se olvide y no se confíe, por cierto.
Como segunda cosa vaya usted eligiendo un rol. Son
pocos así que elija rápido. Puede usted ser la fruta, la rama o la piedra.
El lanzador soy yo, por supuesto, ya que la idea es
mía.
¿Ya eligió…?
Pues bien, si ya lo hizo le pido que vuelva a los
versos y que imagine la situación desde el rol que ha elegido.
¿Lo hizo…?
Pues entonces es mi turno para confesar algo que
quizá usted ya intuyó:
No me mueve el hambre, para lanzar la piedra.
Y claro… si volvió usted a leer los versos quizá ya
se dio cuenta que me movía, -aparentemente, al menos-, la belleza de la fruta.
¿Es por tanto el egoísmo, o la envidia mi verdadero
motor?
No se demore en pensarlo, mejor le contesto de
primera fuente:
Mi único motor es la justicia.
Y es que todos vinimos aquí, a fin de cuentas, para
convertirnos en piedra.
Para convertirnos en piedra y ser lanzados entonces
a por otra fruta.
Así, no varió mayormente nuestro destino, por el
rol elegido.
Todo juego es siempre limitado.
Así podría resumirse
La ilusión es vana y no perdura.
Yo pensé, desde un principio, en elegir ser piedra...
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