domingo, 4 de enero de 2015

Qué linda en la rama la fruta se ve.

“Qué linda en la rama la fruta se ve,
si lanzo una piedra tendrá que caer”.


Para empezar no se olvide usted del epígrafe de este texto. No se olvide y no se confíe, por cierto.

Como segunda cosa vaya usted eligiendo un rol. Son pocos así que elija rápido. Puede usted ser la fruta, la rama o la piedra.

El lanzador soy yo, por supuesto, ya que la idea es mía.

¿Ya eligió…?

Pues bien, si ya lo hizo le pido que vuelva a los versos y que imagine la situación desde el rol que ha elegido.

¿Lo hizo…?

Pues entonces es mi turno para confesar algo que quizá usted ya intuyó:

No me mueve el hambre, para lanzar la piedra.

Y claro… si volvió usted a leer los versos quizá ya se dio cuenta que me movía, -aparentemente, al menos-, la belleza de la fruta.

¿Es por tanto el egoísmo, o la envidia mi verdadero motor?

No se demore en pensarlo, mejor le contesto de primera fuente:

Mi único motor es la justicia.

Y es que todos vinimos aquí, a fin de cuentas, para convertirnos en piedra.

Para convertirnos en piedra y ser lanzados entonces a por otra fruta.

Así, no varió mayormente nuestro destino, por el rol elegido.

Todo juego es siempre limitado.

Así podría resumirse

La ilusión es vana y no perdura.

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