jueves, 8 de enero de 2015

La profundidad del mar.


I.

No sé lo que existe en la profundidad del mar.

No anhelo saberlo.

Renuncio a ello como a la mujer
que existe más allá de mi conocimiento.

En cambio,
me siento en las rocas a contemplar el mar
y siento que ambos, frente a frente,
desconocemos del otro lo mismo
que de nosotros mismos.


II.

No sé lo que existe en la profundidad del mar.

Sin embargo,
no niego su profundidad.

Pero claro…
es algo que no está a mi alcance.

Y es que mi vida ni siquiera alcanza
para conocer aquello que se encuentra en mi entorno.

Así,
si intento conocer la profundidad del mar,
por maravillosa que esta sea,
terminaré por desconocer otras profundidades
probablemente menos abismales,
pero que son indudablemente
más cercanas.

Mi profundidad, por ejemplo.

Tu profundidad.


III.

No sé lo que existe en la profundidad del mar.

No pongo en duda,
sin embargo,
su belleza.

Lo mismo me sucede cuando miro las estrellas
o las semillas esparcidas en la tierra.

Y claro… de la misma forma,
siento a veces,
Dios puede existir
en la profundidad del mar.

Puede existir Dios, decía,
o cualquier otra cosa,
o ser,
que pueda aportar
de cierta forma
a nuestro sentido.

Y no necesito entonces
ciertamente,
conocer la profundidad del mar,
para saber aquello.

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