viernes, 16 de enero de 2015

(Tal vez) Un corazón en un frasco.


Para el desayuno picamos cebollines y los doramos con mantequilla. Luego los mezclamos con huevos y un poco de pimienta. También hicimos té con leche y nos fuimos hasta la parte alta de este lugar a desayunar mientras lloviznaba un poco. Creo que después reposamos y leímos algo. Mientras caminábamos por el lugar nos vino un poco de dolor de estómago. Para evitar complicaciones y para aprovechar de conseguir un desinflamatorio (por una torcedura de tobillo) fuimos hasta un pequeñísimo consultorio que hay aquí en la isla. En él encontramos a una señora que nos explicó que el doctor venía desde Chiloé solo una vez por semana, los viernes. Mi hijo entonces recuerda que hoy es viernes y la señora nos dice que entonces el doctor no vino. Por suerte la señora tenía unas hierbas para el dolor de estómago -que ya casi había desaparecido-, y también nos dejó sacar de un botiquín una tira de desinflamatorios. Junto al botiquín nos fijamos que había un frasco extraño, de vidrio. El frasco tenía un corazón. De eso hablamos con mi hijo una vez salidos del pequeño consultorio. Del frasco que tenía el corazón. Ambos lo habíamos mirado con detención y concordamos en que se veía un poco falso, como de plástico. Tenía muchas fibras, comentó mi hijo. Es que un músculo, le dije yo. Afuera la llovizna se hizo un poco más fuerte, pero igual trotamos durante la tarde, en una planicie. Descansamos bajo unos árboles para protegeros de la lluvia. Entonces se nos ocurre la idea de robarnos ese corazón, aunque no sabemos bien para qué. Tal vez para enterrarlo, digo yo. Mi hijo lo piensa, pero no contesta. Al final no volvemos a hablar del asunto hasta que yo vuelvo a sacar el tema poco antes de cenar y le pregunto si vamos a hacer o no el plan. Mi hijo entonces dice que mejor no, como si no valiese la pena. Ese no era un corazón, me explica. Yo le doy la razón.

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