Mirándola dormir me percaté de aquello: ella tenía
un rostro dentro de su rostro.
Les aseguro que yo no había bebido, no tenía fiebre
ni tampoco es este uno de esos textos que juegan con las metáforas para parecer
interesantes.
Simplemente se trata de un hecho que pude verificar:
ella tenía un rostro dentro de su rostro.
Este segundo rostro, por cierto, se ubicaba sobre
uno de sus pómulos, y se encontraba completo. Tenía ojos, nariz y boca, me
refiero… Es decir, todo lo necesario para ser un rostro.
No sé por qué, pero en aquel momento no me asusté con el descubrimiento.
Me asombré, es cierto… pero solo fue por lo extraño del hallazgo.
De hecho, recuerdo que entonces miré con atención.
Así, pude percatarme que el segundo rostro de ella
era muy similar al primero, aunque a pequeña escala… misma forma, mismos ojos,
mismos labios… mismos pómulos…
Y sobre uno de ellos se veía una pequeña mancha que
supuse sería algo así como el tercer rostro.
Entonces, agitado por el descubrimiento, intente
despertar a la mujer de los varios rostros.
Fue así que comprendí que, tras mi descubrimiento,
todo sería más difícil.
Y es que tras ver sus rostros “extras”, me era cada
vez más difícil centrarme en el primero… y claro, debía ir yo comunicándome de
uno en uno, para asegurar que ella –toda-, se despertase e intentara comprender
la situación.
Cuánta
complejidad para una simple anomalía, pensé.
Menos mal que
no miré su corazón, me dije.
-¿Ocurre algo…? –dijo ella, finalmente, cuando
despertó.
-Nada –dije yo-. No ocurre nada.
Ella entonces volvió a acomodarse y se durmió.
Yo me dormí junto a ella, un par de horas después.
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