Es extraño, pero ya van tres veces esta semana que sueño con el fin del mundo.
Son instancias raras, es cierto, pero se transmiten
de una forma que me llena de tranquilidad, después de todo.
Y es que en cierto modo, parecen sueños no soñados
por mí, y eso me lleva a ellos casi como un invitado…
Es decir:
Nada de protagonismo.
Nada de desesperación.
Y nada de angustia, por cierto.
Hoy pensaba, sin embargo, en esos sueños, y trataba
de determinar cómo se acababa el mundo, dentro de ellos.
Así, si bien recordé en detalle cada uno, me di
cuenta que el fin del mundo no era algo concreto, y que más bien, yo sabía, simplemente,
que en esos instantes el mundo se estaba acabando.
Era linda la sensación, por cierto, en esos sueños.
Era como estar con alguien que te tranquiliza.
Y sí… era también como descubrir justo en el fin
del mundo, el nacimiento de una flor.
Así, no sé quién lo envía, pero lo agradezco.
Es decir, sé que hay alguien a quien tomo de la
mano, y poco más.
Sé que hay una mirada.
Pero nada más sé al respecto.
Y claro: eso basta, por hoy.
No exijo, además, un mundo nuevo.
Una nueva sensación, me basta.
Una nueva sensación, me basta.
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