jueves, 8 de agosto de 2013

Apagar las lámparas.

“Cuando la mujer lo vio
apagó la lámpara de un soplo”
Kobo Abe



Apagar las lámparas.

Soplar para apagar las lámparas.

Sentir el olor, aún, en la oscuridad, mientras nada más se siente.

Eso es lo primero, por supuesto, pero…

¿Qué hacer después de apagar las lámparas?

Porque dormir es no hacer, de cierto modo…

Además así -con el mundo apagado, me refiero-, la oscuridad viene a uno como a fijar un punto.

Hacemos para los demás, decía Wingarden, por eso nos detenemos, en la oscuridad.

Y claro… ni reímos ni lloramos, en la oscuridad absoluta.

Con todo, en medio de la oscuridad siempre queda en el hombre un punto blanco.

Y el hombre entonces sabe menos sobre todo.

Y claro: el punto blanco se revela como un túnel demasiado angosto como para meterse dentro.

Así, sin más, se estrellan contra las paredes una serie de incógnitas, como pájaros desorientados.

¿Quién es el punto blanco?

¿Aparece ahí, en la oscuridad… o siempre estuvo?

¿Tiene voz, acaso, aquel punto?

No es que a uno lo intrigue, no es eso…

Pero quizá una respuesta pudiera también ser un soplo sobre esa lámpara pequeña…

Un soplo.


Apagar las lámparas.

Eso debe decir la nota que Dios dejó bajo un imán, en el refrigerador del cielo.


Soplar para apagar las lámparas.

Cerrar los ojos, mientras lo hacemos.

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