Trabajé poco más de tres semanas en una fábrica de
plástico.
Yo debía vaciar unos sacos en unas máquinas que
básicamente revolvían un montón de componentes.
El olor mareaba y varias salas tenían lavamanos de
emergencia, para aquellos que vomitaban.
Yo no vomité nunca en esas tres semanas.
Y claro… eso bastaba para ser considerado un tipo
duro ahí dentro.
Quizá por eso, el jefe máximo me ofreció hacerme
cargo de aquellos chicos que llegaban.
Tienes que
hacerles ver que el trabajo no es tan duro, me dijo.
Yo acepté.
No era un
trabajo tan duro, pensaba.
Así, resulto que en mi tercera semana me vi a cargo
de unos doce chicos.
Estaban recién salidos del colegio, como yo, salvo
que ellos venían del sur y no seguirían estudiando.
Lo supe porque tuve acceso a sus fichas y
peticiones de ingreso.
Con todo, apenas alcancé a estar cuatro días con
ellos hasta que me di cuenta que no podía hacerles ver que el trabajo no era
tan duro.
Así, tras pensarlo un poco, fui donde el jefe a
comunicárselo.
Quiero volver
a vaciar los sacos, le dije.
El jefe me miró y me dijo que lo quería realmente era
ser como esos chicos.
Incluso vomitar
como esos chicos, me dijo.
No sé qué quiso decir, pero lo sentí como una
ofensa, así que hice algunas cosas.
Luego renuncié, antes que me echaran.
Entonces, uno de los doce chicos llegados del sur,
tomó mi lugar.
Quizá tampoco vomitaba y eso le hacía parecer un
tipo duro.
¡Pobre tipo duro!
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