sábado, 17 de agosto de 2013

Cómplice del lobo.

“-A la abuela me la comí porque ya se había gastado la vida-, dijo el lobo.
-¿Y a Caperucita? -preguntó el juez.
-No sé… digamos que su vida era más valiosa para mí que para ella.”
O. W.



Nunca me dio miedo el lobo, en los cuentos para niños.

Y es que su comportamiento era esperable, después de todo.

Agazaparse, acechar… atacar a su presa, me refiero.

Todo aquello me parecía razonable.

En cambio, recuerdo aún con miedo el dibujo final del leñador, en un cuento de Caperucita.

Salía con tijeras e hilo, junto a la casa de la Abuela, pues acababa de coserle la panza al lobo tras haberlo llenado de piedras.

Ese dibujo sí que daba miedo.

No el lobo.

Nunca el lobo.

Y claro… yo no era muy consciente de aquello, pero lo cierto es que poco a poco ya me ubicaba en uno de los bandos.

Quizá por eso, uno de mis sueños recurrentes era que ocultaba a un lobo.

Generalmente él estaba escondido bajo mi cama, intranquilo… atento al leñador que también aparecía y lo buscaba, rondando por el lugar, sin decir palabra.

Así, ocurrió que, sin haberlo decidido –no habiéndolo pensado, al menos-, acabé siendo cómplice del lobo.

No éramos aliados, sin embargo, pues su naturaleza podía llevarlo a atacarme sin más, y uno debía estar preparado.

Fue una sensación que me acompañó por años, y que yo creía cierta.

De hecho, en una foto de mi infancia, puede verse parte del lobo bajo la cama, mientras yo estoy sentado, sobre ella.

Para tranquilizarse, finalmente, mi madre convino en que debió meterse un perro, a escondidas, sin que nos percatáramos del asunto.

Y claro… yo no quise discutir, y guardé silencio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales