domingo, 13 de enero de 2013

Conversaciones tardías con el Chavo.




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De un tiempo a esta parte me he estado juntando con el Chavo.

Ocurrió de pura casualidad, como todo lo importante.

Es decir, un día se me acercó caminando por la calle y charlamos de cualquier cosa, como dos borrachos que éramos… Algo de libros, algo de fútbol y hasta algo de cambiar el mundo, según recuerdo.

Fue entonces que, mientras hablaba con esa voz aguda, lo miré con atención y descubrí quién era.

-Es un poco como Emaús… -le dije.

Él se rió breve y me dijo que le comprara una torta de jamón para poder seguir tomando, sin marearse.

Yo lo hice.


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Otro día nos juntamos, pero no bebimos.

Y es que él estaba con gastritis y yo no quise beber solo.

Además, borracho me cuesta leer y esa noche quería llegar a casa a terminar un libro.

Esa vez pidió agua de tamarindo.

-¿Qué es el agua de tamarindo? –le preguntó la garzona.

Entonces el Chavo se disculpó y le pidió una limonada.

-A veces se me olvida dónde estoy… -me dijo esa vez, con voz suave.

Yo me acordé un poco del Principito.


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Una cosa que descubrí es que el Chavo era poeta.

Y es que estábamos bebiendo cuando sacó un papel doblado y lo abrió sobre la mesa.

Entonces me explicó que era un poema que escribió para la muerte de Don Ramón, y que se llamaba “Todos sufren”.

Yo escuché el poema y hasta lloré un poquito.

Entonces me atreví a preguntarle de qué había muerto Don Ramón, pues el poema no lo decía.

-Pues no sé bien… -dijo él, todavía triste-. Es que estaba vivo, ya sabes… y una cosa llevó a la otra…


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Otro cosa que averigüé es que había muerto Quico.

El Chavo lo contó mientras decía que era fácil reconocer a un tipo que va en deceso.

Bueno… él lo llamaba así, al menos: ir en deceso.

Entonces me dijo que allá por la vecindad casi todos se dieron cuenta.

-Incluso la Chili se acostó con él cuando se dio cuenta que iba a morir… -me dijo, aunque sin explicar razones.

Luego, contando de paso otra historia, comentó que las mujeres se dan cuenta más fácil de esas cosas.

-Tú también vas en deceso… -dijo por último, esa vez-. Pero al menos tú ya sabes…


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La vez que vi al Chavo más alegre fue también aquella en que lo noté más extraño.

Es decir, hablaba incoherencias, mientras se movía rápido, inquieto.

Recuerdo que esa vez había conseguido flores de Jamaica y vaina de tamarindo, para hacer aguas frescas.

-Yo he seguido viendo a Quico… -me dijo esa tarde-, muerto y todo, pero lo veo… igual de estúpido que antes, o casi… en verdad no sé… después de todo, la muerte es la soberana estupidez, según dicen… ¿o es la vida...?

Y bueno... eso era lo que hablaba, aquella vez. Entre otras cosas.

Ahora pienso que quizá esas aguas tenían un efecto alucinógeno.


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Lo triste –y lo tonto- es que el Chavo es triste.

De hecho, ya ni parece el Chavo. Y ni el tonito mexicano tiene.

O sea… igual es medio pobre y andrajoso y le gustan las tortas de jamón, pero lo que más tiene es ser triste.

O más bien, no es tristeza, pero es como si no esperara nada de la vida.

Y claro… hubo un tiempo en que yo creí que eso era una característica de los sabios.

Pero he cambiado de opinión, gracias al Chavo.


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La última vez que me junté con él, como que me obsesioné un poco.

Es decir, me puse a preguntar muchas cosas y él se estuvo molestando.

De hecho, hasta me acusó de andar preguntando solo para no tener que hablar de mí.

-Me tratas como una excusa… -me dijo, incluso.

Esa vez, antes de irse –y luego que yo le preguntara sobre su verdadero nombre-, él me contó una anécdota extraña.

Me dijo que la única vez que vio su nombre escrito, este había aparecido como un error, a partir de un accidente.

-Un error y un accidente… -comentó-, esas son cosas que no debiesen juntarse…

Luego explicó que aquella vez, tras el accidente, apareció en el diario una lista con los nombres de los heridos y otra lista con el nombre de los muertos… y claro… su nombre había aparecido esa única vez, pero escrito en ambas listas.

-¿Acaso puede uno estar herido y estar muerto…? –me preguntó esa vez, molesto.

No recuerdo qué respondí.

Por último, él señaló que no haber asustado a nadie con esas listas, era quizá la única ventaja de no tener familia ni a nadie a quién le importes, realmente…

Luego se fue… y no le he vuelto a ver.

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1 comentario:

  1. Casualmente llegué a tu página por tu conversación con Catinflas, que me pareció excelente, esta es extraña y triste, como tú dices. Es y no es.
    P.T.

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