“Debí haberla juzgado por sus actos,
no por sus palabras…”
Antoine de Saint-Exupéry
Antoine de Saint-Exupéry
Fue hace años que hablando con un amigo intenté defender a otro señalando que uno no era
simplemente la suma de sus actos.
No fue algo importante, claro, pero lo recuerdo
porque luego se dio una discusión en la que mi amigo me preguntaba -algo ofuscado por
cierto-, qué mierda era uno, si no era el resultado de sus actos.
Ahora bien, para ser sincero, no recuerdo si
respondí algo o no en ese entonces, o si intenté alguna definición o
simplemente eludí la cuestión repitiendo esa tesis que pecaba de no tener argumento;
pero lo cierto es que aquella afirmación era para mí una verdad absoluta, que
me parecía incuestionable desde cualquier ángulo.
Por otra parte, viéndolo a la distancia, tampoco
creía yo en ese tiempo que el hombre fuese el resultado de sus palabras, o que
fuese igualable a cualquier cosa que pudiésemos nombrar mediante ellas.
Y claro, todo eso vuelve a la memoria hoy que
estaba preparando unas clases sobre Saint-Exupéry y entre otras muchas frases
recuerdo aquella que aparece como epígrafe en la entrada: “debí haberla juzgado por sus
actos, no por sus palabras”.
Con todo, tras contextualizar la frase, hay que
destacar que los “actos” a los que hace referencia Saint-Exupéry no son
necesariamente esas acciones concretas que “elegimos” hacer, sino que hacen
referencia a aquella forma de existencia inevitable, y ante lo cual no tenemos
opción: el aroma de una flor, por ejemplo, o la forma en que se contienen los
sentimientos.
Y es que respecto a esto último, creo haber
comprendido, con el tiempo, que no elegimos absolutamente nada. Es decir, los
sentimientos no son maleables ni abarcables bajo ningún aspecto: ni con
acciones concretas, ni con palabras, ni tampoco con el lenguaje artístico que
escojamos para fabricar nuestro
discurso, estamos dando cuenta realmente de ellos.
-¿Y qué tienen que ver los sentimientos con lo que
son los otros, o con aquello que nos atrevemos a juzgar de los otros? –podría preguntarme
alguien.
-Aparentemente nada –respondería yo-, pero en
realidad tiene que ver con todo…
Y es que los otros, a fin de cuentas -tendría que
explicar-, se transforman en nosotros,
en sensaciones… y hasta en sentimientos…
Y claro, es por eso que el error -creo entender
ahora-, no está en juzgarlos por las palabras, o por los actos, sino por
aquello que une esos dos aspectos.
En otras palabras, el error es simplemente juzgarlos,
y no hay más.
Así perdemos lo que amamos.
Luego comprendemos.
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