lunes, 30 de abril de 2012

Ni por sus actos ni por sus palabras.

“Debí haberla juzgado por sus actos,
no por sus palabras…”
Antoine de Saint-Exupéry


Fue hace años que hablando con un amigo intenté defender a otro señalando que uno no era simplemente la suma de sus actos.

No fue algo importante, claro, pero lo recuerdo porque luego se dio una discusión en la que mi amigo me preguntaba -algo ofuscado por cierto-, qué mierda era uno, si no era el resultado de sus actos.

Ahora bien, para ser sincero, no recuerdo si respondí algo o no en ese entonces, o si intenté alguna definición o simplemente eludí la cuestión repitiendo esa tesis que pecaba de no tener argumento; pero lo cierto es que aquella afirmación era para mí una verdad absoluta, que me parecía incuestionable desde cualquier ángulo.

Por otra parte, viéndolo a la distancia, tampoco creía yo en ese tiempo que el hombre fuese el resultado de sus palabras, o que fuese igualable a cualquier cosa que pudiésemos nombrar mediante ellas.

Y claro, todo eso vuelve a la memoria hoy que estaba preparando unas clases sobre Saint-Exupéry y entre otras muchas frases recuerdo aquella que aparece como epígrafe en la entrada: “debí haberla juzgado por sus actos, no por sus palabras”.

Con todo, tras contextualizar la frase, hay que destacar que los “actos” a los que hace referencia Saint-Exupéry no son necesariamente esas acciones concretas que “elegimos” hacer, sino que hacen referencia a aquella forma de existencia inevitable, y ante lo cual no tenemos opción: el aroma de una flor, por ejemplo, o la forma en que se contienen los sentimientos.

Y es que respecto a esto último, creo haber comprendido, con el tiempo, que no elegimos absolutamente nada. Es decir, los sentimientos no son maleables ni abarcables bajo ningún aspecto: ni con acciones concretas, ni con palabras, ni tampoco con el lenguaje artístico que escojamos para fabricar nuestro discurso, estamos dando cuenta realmente de ellos.

-¿Y qué tienen que ver los sentimientos con lo que son los otros, o con aquello que nos atrevemos a juzgar de los otros? –podría preguntarme alguien.

-Aparentemente nada –respondería yo-, pero en realidad tiene que ver con todo…

Y es que los otros, a fin de cuentas -tendría que explicar-, se transforman en nosotros, en sensaciones… y hasta en sentimientos…

Y claro, es por eso que el error -creo entender ahora-, no está en juzgarlos por las palabras, o por los actos, sino por aquello que une esos dos aspectos.

En otras palabras, el error es simplemente juzgarlos, y no hay más.

Así perdemos lo que amamos.

Luego comprendemos.

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