domingo, 22 de abril de 2012

Todo hombre debe gritar.

“Todo hombre debe gritar.
Hay una gran tarea negativa,
destructiva por hacer…”
Tristan Tzara


Dicen que existen aún reservas en el planeta donde viven los hombres salvajes.

No son muchas, claro, y están escondidas del hombre civilizado supuestamente porque el enfrentarse a lo que en ellas ocurre, puede generar, en ellos, una serie de imágenes inquietantes.

Así, igual que los caballos sin domesticar, los hombres se pasean por estos dominios sin saber que son hombres, y desconociendo, por tanto, todos los sistemas de valores que han logrado asentarse y perfeccionarse –supuestamente-, a través del desarrollo de la humanidad.

Con todo, una de las costumbres que más me ha llamado la atención de lo que sucede en estas colonias, es la forma aislada en que viven muchos de los individuos, y los gritos constantes que llegan a emitir algunas noches, aparentemente sin intención comunicativa hacia otros representantes de su especie.

De más está decir que son gritos distintos a los que podría emitir una persona como usted o como yo, ya sea por razones fisiológicas, o por aquellas que se originan en una naturaleza más cercana al ejercicio perfecto de su libertad, y que aún no tienen un nombre establecido.

No me pregunten cómo, pero tuve acceso a algunas de esas grabaciones, y no he cesado de escucharla desde que llegó a mis manos.

Se trata de gritos literalmente desgarradores. Sonidos que parecen venir de algo que se está rompiendo y que a la vez rompen algo también, dentro de uno.

Esta última sensación, por cierto, es la que me ha llevado a escribir esta entrada, pues ese desgarro que les mencionaba parece tomar unas proporciones que me asustan…

Y es que siento, finalmente, algo similar al efecto que produce una piedra cayendo por un abismo, sin alcanzar nunca realmente a tocar fondo, y produciendo entonces una especie de vértigo interno, como si pudiese uno caer dentro de uno mismo, y extraviarse luego, en esas profundidades.

Y claro, es entonces cuando –al borde de ese abismo-, recuerdo las palabras del manifiesto dadá de Tristan Tzara, donde se decía que todo hombre debía gritar, porque se le había encomendado ante todo una tarea destructiva para realizar…

Así, destruyéndome casi, internamente, creo entender por qué ese grito hace un eco perfecto con algo que habita en mi interior… y por qué me impulsa también a gritar, en esta noche.

Inténtelo usted también, si quiere, y comience a preparar desde ya su espíritu y su garganta.

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