domingo, 15 de abril de 2012

Criterios para elegir a la persona más fea del mundo.


“Si una persona tiene malas ideas, empieza a notarse
en su cara. Y cuando esta persona tiene malas ideas
cada día, cada semana, cada año, su cara se va poniendo
cada vez más fea hasta que es tan horrible que apenas
puedes soportar el mirarla”
Los Cretinos, Roald Dahl.


*

A la gente verdaderamente fea no le importa ser fea.

Es más: les encanta ser fea.

De hecho, yo he conocido a dos personas que podrían clasificarse de esa forma y ambas se han mostrado orgullosas –en principio-, de su fealdad.

Lamentablemente, tuve la mala idea de comentar con una la existencia de la otra y entonces comenzaron los problemas.

-Debes decirme donde vive –me amenazó una de estas personas-, o te haré una cicatriz en el rostro, que nunca olvidarás…

-Pero a mí me gustan las cicatrices en el rostro –le dije.

Y entonces esa persona no supo qué hacer y escupió en el piso y salió a buscar a la otra, llena de una agresividad extraña.


*

Tiempo después supe que se habían encontrado.

Ambas se reconocieron de inmediato y comenzó entonces una gran disputa, pues ambas decían ser más fea que la otra.

-¡Tú eres una persona bella, comparada conmigo…! –decía una.

-¡Tus verrugas son adorables y hasta parecen flores…! –decía la otra.

Y claro, estuvieron discutiendo semanas hasta que se dieron cuenta que no llegarían a ningún acuerdo.

Así, para zanjar la discusión, decidieron llamarme a mí, ya que las conocía a ambas y podía hacer de juez, ante aquel malentendido.


*

Es cierto, puede estar de más decir que no fue agradable ser el juez de aquella disputa.

Pero lo digo no solo por tener que presenciar “al desnudo” aquella fealdad, sino porque incluso debí explicar una y otra vez que todas aquellas pruebas con las que intentaban convencerme, no podían ser consideradas como argumentos válidos.

Y es que la barba roñosa, los ojos salidos de sus órbitas, los dientes desalineados y podridos, y cada una de esos rasgos que no quiero aquí comenzar a detallar, podían llevarnos sin duda a hablar de una fealdad equivocada, les dije.

-Si de verdad quieren saber quién de ustedes posee más fealdad, tendremos que hacer otro tipo de pruebas -concluí.

Y esas personas aceptaron.


*

Las pruebas destinadas a comprobar la fealdad son sin duda las más difíciles que existen.

Esto, porque hasta las personas realmente feas desconocen realmente en qué consiste su fealdad, y resulta repugnante –y doloroso-, ver cómo llegan a conocerla, finalmente.

Además, emocionalmente, resultan agotadoras, pues su forma de operar produce un cansancio similar al que conlleva “voltear” a una persona, igual como se hace con un calcetín, hasta que sus costuras quedan fuera.

Por esto, no me extrañó cuando pocos días después de comenzadas las pruebas, pude ver un pequeño atisbo de renuncia en los ojos de esas personas.

-¿Tienen seguridad de querer seguir con esto? –les pregunté.

Y entonces las personas feas se miraron, y pidieron hablar conmigo por separado, para llegar a una solución.


*

-No tengo qué ofrecerte -me dijo la primera-. Es decir, me encantaría sobornarte o amenazarte, pero realmente siento una extrañeza que no me permite hacer nada con seguridad… Y es que he llegado a dudar tanto de mí, que me ha llegado a parecer que la suciedad no puede sujetarse ya en ningún sitio, y corre el riesgo de dispersarse…

-¿Y tienes miedo que la suciedad se aleje, por no haber un “tú” donde asentar la suciedad?

-Exacto –me dijo.

-Pero entonces, ¿quieres o no seguir con esta disputa? –le pregunté.

Y esa persona me respondió algo que prometí no hacer público.

Y yo cumplo mis promesas.


*

Luego vino hasta mí la segunda persona.

-Señor juez –dijo con un extraño respeto-, no sé que me ha pasado durante este tiempo, pero creo que de tanto hablar de la fealdad, esta ha terminado por separarse de mí, y hoy la tengo sujeta precariamente de mí, como prendida de un elástico.

-¿Y eso es bueno o es malo? –pregunté.

-No es bueno ni malo –me dijo esa persona-. No es bueno ni malo, pero es feo. Feo debido a la tristeza que llega cuando algo que te definió se aleja, y te ves de pronto como carente de significado…

-Y entonces ¿quieres o no seguir con esta disputa? –le consulté.

Y esa persona dijo que no.

E insistió luego en que quería volver al lugar de donde venía, pues sentía que si demoraba un poco más, no la reconocerían, cuando lo hiciera.


*

Di mi veredicto a las personas interesadas, y ambas parecieron conformes con mi resolución.

Y claro: todos terminamos agotados.

Recuerdo incluso que, luego de esto, pedí licencia por un par de días, y que no quise saber sobre apreciaciones estéticas por una gran cantidad de años.

Con todo, la gente viene a mí cada cierto tiempo y me pregunta si considero o no que sean feas, o si puedo emitir un juicio al respecto, sobre ellas.

-Ya no tengo creencias dónde sujetar mis juicios –les digo entonces-, pero ellos no comprenden…

Así, finalmente, el mundo revela estar tan vacío de comprensión, como de principios.

Y a la gente -me digo-, no le importa en realidad, si resulta vacío o no, cuestionarse aquellas cosas.

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