“Hace 100 años, en un pueblo persa,
la peste mató a todos sus habitantes
excepto al individuo que lavaba a los muertos”.
A. Camus.
la peste mató a todos sus habitantes
excepto al individuo que lavaba a los muertos”.
A. Camus.
Extraña actitud esa, de lavar a los muertos.
Vestirlos.
Peinarlos.
Despedirlos.
Y es que acercarnos a la muerte de otros,
es algo que nos aleja, sin duda,
de los temores que terminan por llamar
a nuestra propia muerte.
Por otro lado,
supongo que ese contacto
nos otorga un tiempo extra;
algo así como una bendición
-si no morir es una bendición-,
que solo se adjudican
quienes lo han arriesgado todo.
Pienso así, por ejemplo,
en aquellos santos
que cuidaban a los leprosos,
o en los que trataban de ayudar
en tiempos de peste
y epidemias…
¿No han sido siempre, acaso,
los últimos sobrevivientes?
Tómelo como un consejo entonces,
si quiere,
y acérquese a los muertos
o a quienes están por morir
y descubra qué se siente
al palpar la materia
que supuestamente cobijó un espíritu
o creyó hacerlo…
Así,
-y solo si le sobra el tiempo-,
palpe su propia piel
y acerque un puñado de agua fresca
hasta su rostro,
para sentir la diferencia.
Y es que si lo pensamos bien,
es verdaderamente un milagro
la existencia de esas sensaciones
que parecen estar lejos
de los lugares donde habitualmente
buscamos las respuestas.
Por eso, finalmente,
hay que buscar en otro sitio,
en qué creer.
Buscar en un lugar donde todos
laven con afecto
a sus propios muertos.
Un lugar donde siempre exista,
en definitiva,
una luz constante,
y donde siempre estemos
en tiempo de vigilia.
Sentir de cerca la muerte de otro, ese alguien ha quien hemos amado, nos plantea la convicción que pronto estaremos frente a nuestra propia muerte. Es algo inevitable y en mi caso, ha sido el cachetazo que me plantó frente a frente con lo que hasta entonces venía esquivando. Duele comprobar que no somos eternos...pero a la vez nos pone en la premisa de ahondar en las razones de lo que llamamos verdades.
ResponderEliminarUn abrazo.