I.
Recuerdo que una vez cuando pequeño me llegó una cachetada por hacer esa pregunta, luego que me dijeran que hiciera mis oraciones.
No eran buenos tiempos en mi casa y supongo que mi madre estaba nerviosa, por lo que no alcanzó a comprender que mi pregunta era en realidad bastante más ingenua y menos agresiva de lo que le había parecido.
-¿Así que ahora te vas a volver irónico y decir que no hay nada…? –me dijo.
Y luego vino la cachetada.
No hubo dolor, pero si sorpresa pues mientras ella seguía hablando diciendo que Dios no me perdonaría y otra serie de cosas, yo aún trataba de entender qué es lo que había sucedido.
Entonces empezó a hablar de mi papá, del tiempo que llevaba lejos de nosotros y al final terminó sollozando y abrazándome haciéndome prometer que no dudaría nunca más y que no volvería a decir esas cosas.
Y claro, yo prometí y hasta debo haber llorado un poco, sin entender por qué.
II.
Por esa época yo solía despertar de noche y caminar por la casa.
Además, pensaba, estaba todo tranquilo a esa hora.
Así, yo esperaba a que mi madre se durmiera y luego me levantaba, tratando de no hacer ruido, apoyándome en las paredes y fijando la vista en algunos muebles, hasta lograr ver aquello que permanecía escondido.
No recuerdo con precisión, sin embargo, hoy en día, qué es aquello que veía. Pero eran presencias que no me incomodaban en lo absoluto, debo señalar.
A pesar de eso, al final de esas incursiones, recuerdo que yo rezaba y esas “presencias” se tapaban los oídos y yo volvía entonces a la cama, a dormir unas cuantas horas.
Nunca me descubrieron, por cierto, en estas actitudes.
III.
Mi madre tenía por ese entonces una muñeca que rezaba.
Es decir, una muñeca vestida con una especie de pijama que tenía en su interior un pequeño disco donde estaba grabada una oración que siempre me perturbó.
Era una oración al ángel de la guarda, pero que finalizaba con una frase que siempre sentí escondía algo más:
“…Dios bendiga a mami, Dios bendiga a papi… y me haga una niña buena. Amén.”
IV.
El asunto era –pensaba yo-, que si la “niña” pedía que la hicieran una “niña buena”, era bastante lógico, según mi análisis, que no lo fuese.
Y claro, eso me perturbaba.
Además, la muñeca estaba en una caja y yo sentía que mi madre tenía una extraña relación con ella.
Por otra parte, nunca supe quién se la regaló, ni me atrevía a preguntarle nada al respecto, quién sabe si intuyendo algo.
Así, ocurrió que una noche, en uno de esos paseos silenciosos, me encontré de frente con la muñeca, que estaba apoyada junto a la cama de mi madre, aunque con la “mirada” dirigida claramente hacia mí.
Viéndolo a distancia, ahora, no sé por qué no hice nada, en ese entonces.
V.
Supongo que con el tiempo uno deja de creer en ciertas cosas.
Y claro, uno acostumbra también a meter todo en un mismo saco.
Es decir, llegó papá, intenté no ver más esas “presencias” y con la muñeca no sé hasta el día de hoy qué es lo que habrá ocurrido.
Por mi parte, debo haber sido por un largo tiempo un “niño bueno”, hasta que uno termina poniendo en duda, incluso, qué era aquello que llamábamos bondad.
Quizá por eso, finalmente, es que volví con el tiempo a plantearme esa pregunta que da “nombre” a esta entrada.
Y claro, todavía no hay respuestas claras ni tranquilizadoras, pero al menos hay una serie de signos dispersos, ofreciendo sus significados todavía intactos, para quien quiera interpretarlos.
En la permanente búsqueda está lo valioso...
ResponderEliminarUn abrazo.
Igual. Gracias.
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