¿Han jugado a las adivinanzas con niños pequeños?
Lo pregunto porque hoy escuchaba a uno mientras seguía pistas.
-Es transparente como el agua… -le decían.
-¡El agua…! –interrumpía el niño.
Y la mamá sonreía.
-No, no es el agua –continuaba ella-, escucha bien: es suavecito, como el viento…
-¡El viento…! –volvía a interrumpir el niño.
Y la mamá volvía a sonreír, pero se impacientaba un poco.
-No seas apurón –le decía entonces-, las adivinanzas son secretos, no son tan fáciles… Oye bien esta pista: a veces, suena como cascabeles…
-¡Los cascabeles…! –gritaba el niño, convencido del acierto.
Y claro, la mamá sonreía nuevamente y luego intentaba explicarle a su hijo cómo, supuestamente, deben descubrirse las cosas.
Entonces pasó un momento.
Y luego otro.
Así, descubrí de pronto que madre e hijo se habían ido, y yo me sentí obligado –como siempre ocurre cuando te sientes absurdo-, me sentí obligado, decía, a sacar una conclusión de todo eso.
Los grandes secretos deben revelarse de esa forma, me dije.
Por lo tanto, la felicidad debe ser obvia.
Es decir –me expliqué-, debe traerla consigo hasta el hombre más amargo… pero sin darse cuenta.
…
Hice entonces una pausa.
Sin embargo, consideré, esos secretos deben ser también una cosa distinta a lo que creemos. No distante, pero distinta… No decible, pero cercana, como todas las cosas bellas…
-¿Decía usted algo? –me interrumpió entonces una señora.
Y claro, yo intenté explicárselo, pero pronto me di cuenta que aquello no podía explicarse.
Así que le conté esta historia.
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ResponderEliminarUna historia tan linda e indefinible como la sonrisa de este angelito
ResponderEliminar=)
Exactamente la felicidad está siempre en nosotros mismos, incluso en los seres más amargos...sólo que para ellos sigue siendo un secreto no descubierto :) saludos.
ResponderEliminarGracias. Y saludos también.
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