“Nada es menos real que el realismo.
Los detalles son desconcertantes.
Solo por medio de la elección, la omisión
y la acentuación avanzaremos hacia
el verdadero significado de las cosas”.
Georgia O´Keeffe
Dicen que hace casi cien años se inventaron ampolletas que tienen una duración cien veces mayor que las que usamos actualmente. Pero claro, la comercialización nunca fue masificada y uno sigue de vez en cuando viéndose obligado a cambiar aquellas que se apagan.
Puede no ser un gran problema para la mayoría,
claro, pero es una acción que requiere de mí –por razones que explicaré luego-,
un esfuerzo prácticamente sobrehumano.
No se trata sin embargo de dificultades motrices –que
las hay-, ni de miedo a las alturas, ni tampoco de problemas cervicales que me
impidan echar hacia atrás la cabeza y alzar la vista…
Y es que el caso aquí, si bien puede parecer simple
a primera vista, supone una serie de momentos y un único desajuste que viene a
echar por tierra todo posible éxito en aquella empresa.
Me explico en tres pasos:
1. Imagine usted al autor de este texto constatando en la semi oscuridad, que la ampolleta de su habitación hace caso omiso de los movimientos del interruptor que la comanda.
2. Véalo ir hacia un almacén y conseguir una nueva
ampolleta, para hacer el recambio pertinente.
3. Pregúntese por qué esta persona se encuentra
sobre una silla, listo para hacer el cambio, cuando un extraño cuestionamiento lo
hace quedar inmóvil, y en una posición absurda.
Ahora bien, el asunto que sigue es identificar cuál fue el desajuste que originó el cuestionamiento que derivó en la inmovilidad de quien les habla.
¿No se lo imaginan?
¿No les ha pasado a ustedes?
Entonces se los explico en una frase: lo que sucede es que no sé.
Puede sonar absurdo, claro, pero es cierto: no sé.
Es decir, sé el cómo, el por qué y hasta el para qué de esa acción… pero digamos que esos conocimientos solo operan en el plano práctico, mientras que en el plano trascendental, un inmenso y profundo “no sé” viene a echar por tierra toda otra técnica, y entonces sobreviene la inmovilidad, junto a esa sensación amarga que debe provenir de probar de qué está hecho el interior de uno, ante ciertas situaciones.
Y es que para ser sincero, algo existe en mi interior que me lleva a rechazar la luz artificial, y hasta me vincula afectivamente con toda forma de oscuridad, como si intuyese que dentro de ella existe algo más puro y más cierto que en la luz, igual como me sucede cuando ubico frente a frente al silencio y las palabras.
Así, sucede que puedo pasar horas sin decidirme a hacer el cambio, hasta que por fin desciendo de la silla sin haber efectuado esa acción que, en el fondo, siento que atenta gravemente contra otra especie de ampolleta que existe dentro mío.
Y es que más allá de toda metáfora, a veces siento que existe en mi interior una ampolleta de luz débil. Una luz conectada a una fuente de energía que hasta el momento no ha fallado mayormente, y que no sé, a ciencia cierta, de dónde proviene.
Por eso, me digo finalmente, no necesito de otra luz ni de apretar interruptores... Y hasta agradezco a la oscuridad, cuando desciende sobre mí, y me envuelve poco a poco, y me resguarda.
Si es así, entonces, bienvenida te sea la oscuridad!
ResponderEliminarUn abrazo.