martes, 24 de abril de 2012

El misterioso caso del tomate transgénico.




Por petición de un amigo asisto a una charla dada por unos japoneses que quieren introducir al mercado un nuevo tomate transgénico.

Es decir, como ambos terminamos borrachos pero yo al menos podía tenerme en pie, tuve que ir a hacer su trabajo, que consistía en elaborar un informe para una empresa sobre las innovadoras propuestas del grupo japonés.

Y claro, la propuesta, esta vez, fue un tomate.

Así, nos sentaron a los cerca de 20 congregados, en un unas bancas con forma circular y nos repartieron un tomate a cada uno, o más bien nos repartieron el tomate, a cada uno.

Y es que para ser exacto, cada uno de los tomates era exactamente el mismo: igual tamaño, igual apariencia y hasta igual consistencia, según pude comprobar con los asistentes más cercanos.

Y claro: yo tenía uno.

Lo peor fue entonces que la mujer encargada, comenzó a hablar directamente en japonés, y como yo no tenía el carnet correcto para retirar los audífonos con la traducción, tuve que escuchar su charla imaginando el significado.

Luego, pasados unos minutos, la mujer retrocedió unos pasos y, tras sacar un cuchillo, comenzó a mostrarnos cierto procedimiento que no terminaba concluyendo nunca.

Fue así que, desde mi posición, y a partir quizá de mi paupérrimo estado de conciencia, comencé a imaginar que la mujer era una especie de sacerdotisa que nos explicaba un ritual, mientras sostenía un corazón en la mano. Igual que el de nosotros.

-¡Ese corazón no es de verdad...! –grité, mientras pensaba en voz alta.

-¡Shhh…! –me dijo alguien, para que guardara silencio.

Y yo callé y seguí escuchando.

La mujer entonces hizo un gesto y un tipo pequeño (que tenía un delantal blanco con un gran tomate dibujado en él) nos pasó a cada uno un cuchillo, ceremoniosamente.

Luego, a través de gestos, comprendí que debíamos intentar pelar el tomate… y entonces grité mi descubrimiento:

-¡Este tomate no tiene cáscara…!

-De eso han estado hablando hace media hora… -me dijo uno.

-¡Pero es que no tiene cáscara…! –insistí, realmente sorprendido.

-¡Cállate, ahueonao…! –me gritó otro, impaciente.

Y yo le hice caso.

Posteriormente, la mujer señaló que partiéramos el tomate, e hizo de guía introduciendo el cuchillo y deslizándolo de un extremo a otro, hasta que nos presentó las dos mitades del tomate, donde no se apreciaba ninguna pepa… todo el tomate era carne, en resumen.

-Es como si fuera un equipo de fútbol de niños sin ombligo –le comenté a un tipo que se estaba concentrado cortando su tomate.

Pero él no dijo nada.

Así, sucedió que todos cortaron el tomate y se miraban sonriendo, como si hubiesen hecho una grulla, en origami.

Entonces me habló la japonesa y hasta hizo unos gestos, que no entendí.

-¡Te está diciendo que cortes el tomate…! –me dijo entonces el tipo que antes me había ofendido.

Y claro, no sé si fue por contradecirlo, pero el caso es que yo arrojé el cuchillo y comencé a mirar el tomate, igualito que en el teatro hacía Hamlet, con la calavera.

Fue entonces que, mientras miraba el tomate, me pareció sentir que ese pequeño ser estaba latiendo, y la idea del tomate como el corazón secreto de algo, volvió a rondarme.

-¡Hay que echar a este hueón! –escuché entonces decir a uno.

-Ya cuando entró se le sentía el olor a trago… -dijo otro.

Por si fuera poco, la japonesa –mientras el corazón que ellos llamaban tomate seguía latiendo-, pareció llamar a unos ayudantes, que yo tomé por samuráis, en aquella confusión.

Así, resultó que salí corriendo del lugar, mientras los dos supuestos samuráis me seguían, posiblemente porque pensaban que yo quería robar el secreto del tomate transgénico.

Finalmente, tras tropezarme con algo que nunca pude ver qué era, los falsos samuráis se abalanzaron sobre mí, y tras inmovilizarme, me quitaron el tomate, que terminó rompiéndose en el forcejeo, reduciéndose a pequeños fragmentos jugosos, que nos mancharon a todos.

Luego, tras ver el tomate destruido, simplemente se fueron. Ignorándome.

Y claro, justo en ese momento comencé a sentir, inexplicablemente, una profunda desazón.

-Toda la gente tiene un tomate transgénico en vez de corazón –pensé entonces, en voz alta.

Pero nadie me escuchó.

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