viernes, 6 de abril de 2012

Indigestión espiritual.


Son extrañas estas fechas santas. La actitud de algunos, la programación televisiva, los horarios de las tiendas.

Y claro, sucede entonces que unos cuantos reflexionan sobre aquello, y parecen profundos hablando y enjuiciando el comportamiento ajeno, igual que yo.

Sin embargo, me diferencia de ellos –además de ser un genio y tener la razón-, el sabor amargo de una incertidumbre que va gastando poco a poco mis palabras, y distanciándome, de paso, de todo lo que un día pareció ser un sólido sistema interno de creencias.

No sé si ustedes también lo han tenido (y lo han perdido), pero supongo que son sensaciones comunes a todos aquellas que vienen de pronto a instalarse dentro de uno, y a provocar algo así como una indigestión espiritual.

Sí: indigestión espiritual.

Creo que es eso lo que tengo.

¿Pero alguien sabe qué se recomienda para superar la indigestión espiritual?

Lo pregunto porque creo que he intentado de todo, incluida la técnica de pasar por alto este tipo de síntomas, como me habían recomendado.

Así, buscando soluciones, ocurrió que escuché de una fórmula para la extirpación del espíritu. Igualito que un apéndice, decían. El espíritu no sirve para nada.

Yo escuché y anoté sus observaciones. En detalle. Y lo pensé.

Mientras revisaba pruebas, de mis alumnos, lo pensé.

Incluso cuando leía las respuestas de unos chicos que hablaban sobre si su actuar diario beneficiaba de alguna forma al mundo (era una pregunta asociada a unos textos de Wilde), lo pensaba.

Es penoso decirlo, pero nada había en esas respuestas que me hiciera cambiar de opinión.

Y es que para ser sincero, yo buscaba porque en el fondo, siempre me he negado a la idea de extirpar así como así el espíritu… ¡y menos en día santo!

Fue entonces que creí tener la solución, y decidí buscar respuestas en la naturaleza…

Mala idea.

Lo primero que vino a mí fue un gato con un pájaro muerto entre los dientes.

Si ahora subo una montaña para encontrar a Dios -me dije-, de seguro lo encuentro jugando Play Station, o leyendo un libro de autoayuda.

Caminé entonces por las calles.

Por todos lados había olor a mariscos y a pescado.

Los hombres, parecían haber sido devueltos por una ola inmensa, sobre el pavimento.

La indigestión espiritual se hacía sentir.

Así, vomité finalmente junto a un cajero automático. Dormité en un parque.

Me gustaría decir que algo extraño paso, que el sistema de creencias se reactivó, pero lo cierto es que simplemente volví a casa.

Seguí con las pruebas, me propuse no extirpar y escribí este texto.

Respiro hondo y decido ir a mojarme la cara.

Sonreír o llorar, sinceramente, me haría bien.

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