Me despierto a mitad de la noche. Sueño con mujeres en blanco y negro. Mujeres que saben quiénes son y que se mueven como si el sueño fuera suyo. Reconozco a la Dietrich, a Norma Shearer, a la Garbo. Las observo desde el único rincón de color que va quedando en mi sueño. Mientras tanto ellas se pasean, observan con seguridad, con propiedad: donde quiera que miran el blanco y negro se establece, como si marcaran territorio, como si algo de ellas pasara también a ser parte de aquello que las rodea.
La Shearer lleva unos muñecos en sus manos. Son figuras de hombres, todos con sus respectivos trajes y corbata a rayas. Ella los mira, los elige, los mastica. Les arranca la cabeza uno a uno y arroja los restos a una canasta que se encuentra en un rincón. Ella es la divorciada, el personaje de aquella película que vi al menos hace seis años, aquella película en que una mujer lograba, quizá por vez primera, oponer la infidelidad femenina a la masculina, llenar la pantalla, cambiar un estereotipo, alterar un paradigma.
Por otro sector de la habitación se pasea la Garbo, como un animal en una jaula, sólo que la jaula ha sido diseñada por ella misma, está hecha a su medida: le pertenece. Como pasa cerca de mí observo que en verdad tiene tres rostros: desde el ángulo en que se mire resulta por mostrarnos algo diferente: El demonio y los hombres, Ana Karenina. Cristina de Suecia... hay algo en ella que parece crecer, evolucionar casi, algo que se acerca a una perfección, una complejidad que adquiere en cada paso, en cada mirada. Sus ojos ven un mundo distinto cada vez, y el mundo se transforma a partir de su visión... Mientras, yo trato de permanecer escondido para conservar algo de mi mundo: empuño mis manos para guardar en ellas una semilla de la cual pueda volver a brotar aquel que conocí en mi vigilia. Recuperarlo.
No sé quién soy en el sueño, sólo sé que esas mujeres están ahí y su dominio es abrumador, mi sueño les pertenece. No puedo escapar de la Dietrich en Shangai Express: me ha visto, no sé quién soy, no sé quién quiere que sea.
Y es que algo pasa en este mundo anterior al código Hays, un lugar donde el crimen, el mal y el pecado están reconociéndose, un lugar donde estas mujeres han abierto camino y donde son dueñas de todo. Donde lo correcto y lo incorrecto es reescrito a cada instante. Donde hay algo que embriaga y apasiona, aunque a veces también te persigua. Y hasta te asfixie.
Intento huir, me escabullo entre túneles de piernas, choco con mujeres-arpas, con mujeres-espejo, con esas coreografías de caleidoscopio tipo Busby Berkeley donde todo gira en torno a un centro que se desdibuja y se vuelve a formar de un momento a otro: como una flor que pudiera abrirse de forma sucesiva infinitas veces...
Por un momento temo ser Ricardo Cortez, el actor que coincidió en el papel de aquellos hombres asesinados por estas mujeres en blanco y negro: muerto por Loretta Young en Midnight Mary, o por Kay Francis en Mandalay, o apuñalado increíblemente por Dolores del Río en Wonder Bar...
Por un momento temo ser presa de estas mujeres. Y hasta me atrae el temor que aquello suscita.
Sí. Me despierto a mitad de la noche. El sueño se ha hecho más intenso y los colores se han desvanecido. Y es que me apasiona ese Hollywood perdido, castrado, censurado hasta la quietud con compresas frías. Ese mundo en blanco y negro, pero que a la vez contuvo colores ardientes, pulsaciones... fiebre. El mundo al que canta la Dietrich en vudú caliente y el mundo que me acoge en algunas noches cuando busco aquellas películas... cuando me asombra la fantasía de la Hepburn en un aeroplano o esas coreografías equilibradas a mil pies de altura...
Y sí, soy tímido en mis sueños. Algo cobarde. Me dejo intimidar por la Crawford y por los ojos de Bette Davis. Me da miedo alterar algo en estos sueños, pues en ellos hay algo perfecto que no me pertenece. Algo que puedo pasar noches enteras mirando, sumergido en tramas que soy incapaz de cuestionar, en diálogos que me parecen soberbios. Películas que me revelan un mundo que incluso hoy se instaló dentro mío. Un mundo que hoy rebalsó mis sueños.
Un universo sublime. Como la belleza de Jean Harlow.
Maravilloso texto...yo también vivo en y por ese mundo del Hollywood dorado...de Femmes Fatales...entre las que me encuentro...🍸
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