miércoles, 16 de junio de 2010

Donde se pretende esbozar la verdadera negación de George Berkeley.

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Se suele afirmar de George Berkeley, a partir de su tesis "inmaterialista", que solo admitía dos clases de existencia: la de las ideas, pasivas e independientes, y la de los espíritus -en la que se incluía la figura de Dios- que podría considerarse como "activa".
Si bien esto es cierto, y es exacto según su discurso -principalmente el establecido en los Principios del conocimiento humano y en los diálogos entre Hilas y Philonius-, me molesta sentir que existe cierto reduccionismo que busca el camino más simple entre estas premisas y la negación de la materia como algo independiente de la percepción, y que, al ser discutido, arroja una frase que se cree categórica y no contradictoria en el trabajo de Berkeley: ser es ser percibido. Y desde ahí: todo lo que no es percibido, no es, no existe.
La molestia en cuestión se instala a partir de varios factores que dicen relación, por una parte, con los objetivos que Berkeley perseguía al plantear su tesis, -y que parecen ser dejados de lado al momento de centrarse en su discurso aparentemente más objetivo y preciso-, mientras que, por otra parte, me inquietan ciertos contenidos presentes en el Ensayo de una nueva teoría de la visión, -escrito por el filósofo con anterioridad a sus otras obras-, y ciertas notas o apuntes que revelan un aspecto que si bien enriquece, también tensiona el discurso que de él hoy día se tiene por oficial, y del que ya nadie parece dudar o cuestionar de forma alguna.
Por esto, creo que es necesario plantear ciertas cosas que permitan apreciar en el pensamiento de este filósofo, algo más que ese inmaterialismo, y que nos permitan visualizar de mejor forma, el sentido completo que Berkeley impuso a su trabajo y que, éste sí, trasciende la totalidad de la obra del filósofo irlandés.
Para dar cuenta de esto, y considerando que las entradas del blog son diarias y no dispongo de más de una o dos horas para realizarlas, me permitiré ordenar esta propuesta de la siguiente forma, incluyendo en ella, por cierto, mis propias motivaciones y centrándome casi exclusivamente en despejar y superar la molestia que cierta visión que se tiene de Berkeley me produce:
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I. El nudo.
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Hace unos días he estado tratando de releer algunos textos que me permitan acercarme nuevamente con soltura a algunos autores cuya dificultad requiere un poco más de detención y que, por lo general, están relacionados con la forma de entender el mundo, de darle sentido y de incorporar los significados a un sistema de funcionamiento cuyo primer desenlace concreto, -estimo-, se refleja en algunos aspectos contenidos en la obra de Schopenhauer.
Rastreando, por tanto, reordenando apuntes y cosas sabidas que creí olvidadas vuelvo a dar con Berkeley, -entre otros-, y encuentro una gran cantidad de citas que, además de hacerme sentir un poco más viejo y menos capaz que en su momento, me llevan a cuestionar de una forma bastante seria sobre la naturaleza de mi comprensión -para quien haya leído algunas entradas anteriores verá el tema aparecer y desarrollarse quizá demasiado abruptamente-, y, con esto, la de intentar regular, de cierta forma, el mecanismo a través del cual dicha comprensión opera en mí.
El nudo por tanto, interno, propio y ya localizado, puede resumirse en la necesidad personal de guiar mi comprensión por una ruta donde ésta sea dirigida por referentes distintos a los que comúnmenete se tienen establecidos como superiores, -razonaciento y lógica, por ejemplo-, y cedan un espacio para que la comprensión adquiera una vida menos fría y estructurada, sin caer totalmente en lo pasional por supuesto, pero incluyendo en ella aquellos ámbitos comúnmente deshechados y que pueden hacer de la comprensión, algo más que el resultado de un análisis, de una disección, o de una especie de autopsia, -conductas erróneas que pueden llevarme a olvidar que trabajar con el lenguaje es trabajar con seres vivos-.
Y es que quiero una comprensión que me permita llegar a entender totalmente una flor, digamos, sin necesidad de dañarla al estudiarla, sino simplemente a partir del aroma, de la contemplación, y de la creación de un lazo, -casi afectivo- a través del cual la comprensión viaja desde mí hacia el objeto que busco comprender, y viceversa.
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II. Una búsqueda. Un sentido.
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Primario es entonces, si pensamos en Berkeley, ver cuales son las motivaciones que originan su escritura y las proposiciones que efectúa. Para esto, podemos recurrir a diversos escritos y apuntes, aunque ya en sus títulos originales, comúnmente reducidos en las ediciones que de ellos se han realizado, Berkeley parece explicitarlos de una forma relativamente clara.
Así, tomando como ejemplo el más organizado y central de sus libros, el Tratado sobre el conocimiento humano, vemos que en su encabezado original se hace manifiesta la primera motivación del filósofo, que no deja de estar presente, además, en la totalidad de su obra; el título en cuestión es:
"Tratado sobre los principios del conocimiento humano, en el que se indagan las causas del error y problemas en las ciencias, con las raíces del escepticismo, ateísmo e irreligiosidad".
Y es que me aventuraré a proponer que Berkeley, realiza a través de sus escritos filosóficos una búsqueda -no justificación como plantean algunos-, de la figura de Dios, que ha quedado tambaleante, ejerciendo una función importante, pero vaga, a partir de los estudios de algunos mecanicistas y de la filosofía corpuscular en general.
Esa misma búsqueda, por lo demás, es la que determina el sentido que dirige sus intereses filosóficos, que parecen ser conscientes siempre, del desmoronamiento de un mundo que queda reducido al movimiento, a la mecánica y a la explicación, pero en demasía lejano de una trasendencia y un sentido significativo y comprensible a partir de una naturaleza humana que, tras la proliferación y aceptación de la filosofía corpuscular, parecía aceptar vivir en medio de un vacío, y sin una significación satisfactoria de sí misma.
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III. El origen del rechazo de Berkeley a la filosofía corpuscular.
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El joven Berkeley se encontró un día con un mundo que se transformaba vertiginosamente y comenzaba a trastocar el significado de conceptos que tenían que ver tanto con el funcionamiento como con la naturaleza del mundo que hasta ese momento había sido propio y en el que existía Dios- que era a la vez orden y sentido y razón- como centro de lo existente.
Ya desde Galileo, en los principios del siglo en el que le tocó nacer, se había retomado aquello que estaba en el aire desde Arquímedes y que decía relación con la mecánica, nuevamente posible a partir de los estudios relacionados con la estática y la dinámica y que fueron a su vez el nuevo punto de origen para la "nueva mecánica" que se desarrollaría a continuación.
Ésta, que llegaría a una supuesta perfección o exactitud en la figura de Newton, vendría también a retomar, de la mano de Gassendi, aquellos primeros postulados de Demócrito y Epicuro, donde los átomos y sus desplazamientos, hacían necesaria la concepción del vacío.
Pues bien, este vacío necesario para el desplazamiento de los átomos, y para poder hacer plausible la explicación que del mundo quería darse, Berkeley parece relacionarlo con cierta ausencia de algo que él cree constantemente presente, y por lo tanto, esa ausencia, además de parecer asustarle, le termina por resultar un absurdo y algo absolutamente ininteligible, por lo que no cesa de atacarlo desde un primer momento.
Y es que el vacío no es concebible para Berkeley bajo ningún punto de vista, y toda teoría que se emparentara de alguna forma con esta primera concepción, fue rechazada tenazmente por el filósofo pues, según sus propias palabras, radicaba en ella, -en dicha teoría-, el origen de todos los errores posteriores.
Además, a partir de la naturaleza que se le atribuía a los átomos, -carentes de propiedades específicas propias-, la teoría corpuscular era reducible a un conjunto de explicaciones mecanicistas. Y la única manera, por tanto, en la que podía concebirse que una cosa actuara sobre otra, era el impacto.
Sin embargo, siento, el rechazo de Berkeley, si bien no se realiza directamente en contra del impacto ni el impulso -que era además fuertemente respaldado por las ideas de Locke y de Leibniz que veían en ellos la única fuente de explicación posible para la operación de los cuerpos-objetos en el mundo-, se origina en la falta de sentido significativo que tendría ese impulso, es decir, Berkeley parece intuir que la necesidad de explicar el mundo no se satisface a partir de explicar su funcionamiento ni su por qué. En este sentido creo que es el primero de los filósofos modernos que aprende a diferenciar en sus motivaciones un por qué de un para qué, y de exigir, con esto, la presencia de una trasendencia que era desestimada por los otros filósofos de su época, con lo que prefigura además, en cierto sentido, la posición que ha de adoptar en Schopenhauer la figura de la voluntad, como aspecto complementario a la representación y que viene a llenar, de cierta forma, este vacío.
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IV. ¿Si la materia no tiene propiedades, por qué ha de tener existencia? ¿Por qué ha de ser inteligible?
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Así podríamos expresar aquello que Berkeley debió plantearse a partir de la experiencia de aquello que el propio Newton cuestionó a sus propias propuestas, casi pasmado, al sentir en ellas un profundo sinsentido.
Me explico: Newton, de cierta forma se plantea el absurdo del impulso a priori en los cuerpos, a pesar de que sus propias leyes y fórmulas parecen indicar que los cuerpos actúan de cierta forma e inciden en el movimiento de otros que están separados entre sí. Tomemos por ejemplo lo que ocurrió coin la ley de gravedad. En ésta, a partir de la atracción generada de un cuerpo hacia otro, parecía abrirse la posibilidad de la negación del movimiento por impacto, sin embargo, el propio Newton se mostró siempre en contra de las conclusiones a lo que podían llevar sus observaciones. Y es que Newton intentó siempre recalcar que algunas de sus propuestas, en este caso la ley de gravitación universal, no dejaba de ser una observación y no una explicación de aquello que "transforma" o mide a través de una fórmula.
Es decir, Newton plantea claramente las deficiencias del mecanismo como sistema explicativo o comprensivo que nos ayude a acercarnos a significados reales del mundo, y sólo parece validarlo a partir de ser el resultado de un fenómeno observado. Veamos por ejemplo este fragmento citado por J.O. Ursom a partir de una carta que Newton habría enviado a Bentley, el director de su universidad:
"Que la gravedad deba ser innata, inherente y esencial a la materia, de modo que un cuerpo pueda actuarsobre otro a distancia a través del vacío, sin mediación de otra cosa, por, y a través de la cual, su acción y fuerza puedan transmitirse del uno al otro, me parece un absurdo de tal calibre que no creo que exista un hombre con alguna capacidad de pensamiento sobre temas filosóficos que pueda caer en él".
Y es que con esta ley, si bien se superaba la mecánica -pues nada tenía ya que hacer cuando se hablaba del magnetismo o diversas fuerzas de atracción-, no se estaba generando, reiteramos, ninguna explicación, no se estaba indagando sobre la naturaleza ni la esencia de elemento alguno, sino simplemente "tomando apuntes" sobre ciertas observackiones que terminaron por arrojar ciertas variantes que pasaron a dar origen a leyes o fórmulas aparentemente exactas.
Ahora bien, el mencionar lo anterior se hace necesario señalar que estas propiedades que Newton parece negarle a la materia -magnetismo, atracción-, se hacen también extensivas a cualquier otro tipo de propiedades -color, sonido, gusto...-, ya que todas éstas están contenidas en el sensorio, es decir, en aquel que logra "sentir las sensaciones", y no en la materia misma que aparentemente las produce.
Ahora bien, si bien esto no presenta una gran novedad, -ya Demócrito lo planetaba de cierta forma-, es necesario resaltar que aquellas conclusiones generadas, son la base para las propuestas que sobre la materia hace Berkeley, y es que, si la materia no tiene propiedad alguna pues estas están presentes, -existen-, en el sensorio o cuerpo que las percibe, no hay razón alguna para otorgarles un valor existencial o reconocerlas como parte de nuestro mundo. De hacerlo, tendríamos que decir que el puñetazo existe en la mano de un hombre solo, -como digo yo- o que las cosquillas existen en la mano de quien las realiza -como dice Galileo, intuyendo mi conclusión y copiándola de antemano-.
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V. Berkeley y la necesidad de sentido.
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Si bien es cierto que hablar de una búsqueda de sentido es motor de casi todas las teorías que pretenden explicar de alguna forma el mundo y su funcionamiento, creo que en Berkeley esta necesidad, es más que un simple deseo que lleva a la investigación o a las propuestas que pudo proponer, sino que, esa necesidad, se transforma en el centro de su doctrina, y en el punto que para mí, por cierto, hace interesante y realmente trascendente a este filósofo.
Tanto así que la negación de la materia en Berkeley, me parece, más allá de un problema afincado en la cuestión de la ininteligibilidad de la materia -debido principalmente a su falta de propiedades-, una cuestión que surge a partir de un acto de fe, que, venido a ser desde la idea de Dios, transforma a la materia en un agente causal, ininteligible, ajeno a la existencia debido a ser causa, pero no rastreable como idea y por lo tanto no existente como parte de nuestro mundo.
Es decir, la materia es ininteligible porque es inimaginable al carecer de propiedades -o de cualidades secundarias, usando el lenguaje de Locke-, y desde ahí, desde esa inexistencia en el mundo de las ideas, Berkeley parece exigir, a través de una suerte de acto de fe, que entendamos esa materia -la misma que es ininteligible- como fruto de la voluntad de Dios por medio de la cual es posible luego rastrear cierto sentido en el mundo:
"Dios creo a la materia para que fuera el agente causal por cuya mediación se forman las ideas en las criaturas sentientes".
Y es por esto, por el absurdo de este acto de fe, por el sentido que se esconde tras ese "para que" que menciona Berkeley arriba, por lo que mi comprensión difiere totalmente de aquellos que resumen su doctrina en una negación equivocada. Y me llevan a tener a Berkeley en mis top five y hasta a querer imprimirlo en una de mis poleras, o hasta de tatuarme alguna de sus frases en los músculos que lamentablemente no tengo y que impiden que sus escritos proliferen y sigan difundiéndose hoy en día.
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VI. Hacia algunas mínimas conclusiones.
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Este es un blog. O sea, son palabras escritas en un blog, escritas a una velocidad de una entrada diaria -mínimo-, desde hace casi tres meses, ininterrumpidamente. 89 días en que debo descontar tiempo de trabajo, alimentación, aseo, concivencia, etc., con lo que lo restante no da, obviamente, cabida a la existencia de textos realmente sólidos o con propuestas correctamente desarrolladas y fundamentadas -y coherentes por cierto-, en cada uno de sus pasos.
Por lo mismo, como lo plantee en su momento, el tipo de comprensión que aquí se busca y que se utiliza en ocasiones, se relaciona más con un ejercicio interno donde la lógica tiene muchas veces poca cabida, que con un ejercicio académico cuyas propuestas puedan ser de cierta forma brillantes o clarificadoras.
Con todo, me gustaría acá tratar de señalar algunas cosas que es posible sacar en limpio de lo expuesto:
Berkeley vivió en un mundo similar al mío y al suyo, querido lector: un mundo lleno de vacíos.
Berkeley vio como ese mundo se desmoronaba y se transformaba en algo que lo reducía a la mecánica y lo despojaba de sentido -tanto del sentido mayor como del sentido común, que son prácticamente lo mismo para este filósofo-.
Berkeley niega la materia, así como hoy en día algunos niegan el amor, a pesar de que puedan experimentarlo, y es que no existe por sí mismo y es ininteligible alejado de los seres que lo sienten.
Berkeley plantea la existencia de un Dios que crea a esta materia ininteligible que es la materia causal necesaria para que se formen las ideas y desde ahí, el mundo que existe para cada uno de nosotros.
Berkeley, a pesar de basarse en una visión forzada -o hasta en cierto punto errónea- del empirismo para fundamentar la inexistencia de la materia, logra, con esto, plantear la existencia de algo mayor, que es capaz de crear lo ininteligible, para nosotros, a partir de la necesidad de un bien mayor, de un sentido que permita la existencia de un mundo donde el hombre tenga cabida, que sea algo más que el resultado de operaciones matemáticas o leyes mecánicas limitadas a su funcionamiento.
Berkeley es algo así como un pilar que sostiene el sentido de un mundo y que le agrega carne viva al hueso muerto de la mecánica, y que exige, de nosotros -profundícese para esto a partir del Ensayo de una nueva teoría de la visión y del cuaderno de apuntes publicado bajo el título de Comentarios filosóficos- un acto que otorgue a esa carne viva algo más. Algo que la haga trascender y la transforme realmente en lo que debiese ser un sistema filosófico: un organismo vivo que nos acoja, con mundo y todo, -como caracoles-, y que a través de una serie constante de armonías y desequilibrios, revele que todos esos vaivenes e inquietudes y certezas que nos aquejan, tienen una razón última, un sentido mayor en el que son necesarios, y a través del cuál nos hacemos necesarios también, cada uno de nosotros.
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