martes, 15 de junio de 2010

Donde se pretendía hablar de Berkeley, pero no se logra.

"Había un hombre joven que dijo: Dios
debe sorprenderse mucho
si encuentra que este árbol
continúa presente,
cuando no hay nadie en el patio"
Roland Knox

Estoy agotado. Siento que estoy escribiendo pésimo y que estoy teniendo demasiadas elipsis. Siento que estoy más viejo y que la cabeza no funciona al nivel de antes. Siento que esto es normal, por lo menos, y que no es tan terrible, después de todo.
Hoy trabajé de 8 a 5 y de 6 a 11 e intenté entre los trayectos de un lado a otro releer a Berkeley (el filósofo del siglo XVII-XVIII) y la verdad siento que hoy me es más difícil llegar a él que hace algunos años; ya olvidé a Locke, por ejemplo y a Leibniz, en relación a lo que Berkeley planteaba, y cuando me encuentro con apuntes al interior de sus libros descubro además que no logro entender del todo mis ideas antiguas, y no consigo, tampoco, concebir ideas nuevas y establecer otras relaciones.
¿Será así como se comienza a perder una biblioteca? ¿Así como los humanos perderemos quizá el dedo meñique si dejamos de usarlo por completo?
Y es que hay veces que la cabeza no me da, simplemente, y los ojos se me cierran un poco -cómo ahora-, sin embargo me gustaría sacar algo en claro antes de dormir. Algo en claro más allá de que estoy agotado y que es algo obvio y, -al menos para mí-, totalmente evidente.
Y es que "del mucho leer y el poco pensar se le secó el cerebro", me recuerda hoy un colega en un colegio mientras me ve anotar unas cosas respecto al Ensayo de una nueva teoría de la visión, de Berkeley, y debo parecer algo concentrado y fuera de foco.
Por suerte acaba de comenzar a chispear, son las 00:40 y comienza a chispear... no sé por qué siempre la lluvia me da cierta energía, como si fuese una especie de alimento, o algo así. Así que decido aprovechar el vuelo y levantarme para mojarme la cara y seguir un poco.
.
Volví. Paró de llover, pero no importa. Acabo de sacarme las zapatillas y meterme en la cama. Calculo que llevaba 18 horas con las zapatillas puestas. Hoy no fui con zapatos al trabajo porque no los encontré. Peor aún, en verdad, encontré sólo 1 y busqué por todos lados y puedo asegurar que el otro no está en la pieza, pero no quiero intentar resolver ese enigma, además no creo que podría. No ahora al menos.
Y es que de mucho leer y el poco pensar supongo que es verdad que se va secando el cerebro. Aunque en verdad eso me preocupa poco, salvo por el zapato quizá, pero eso puedo resolverlo de otra forma. En unas horas más, quién sabe.
Lo que realmente me preocuparía es que me dijeran otra frase: "y es que del mucho pensar y el poco sentir se le secó el corazón", cosa que también me ha pasado y por lo cual busco sacar en limpio algo todavía, porque quiero acostarme de cierta forma con el corazón fresco, sacarlo también de esa especie de zapato o zapatilla en la que lleva ya un tiempo similar a las 18 horas, y en la que lo siento algo sofocado.
Mientras, releo por un momento el epígrafe y siento que esa duda respecto a la existencia de lo otro lejos de alguien que lo perciba, -ese aspecto que intentaba rastrear en Berkeley y su "llamativa" negación de la materia-, es de cierta forma similar a una de las razones que me tienen escribiendo aquí en estos momentos... y así como la sorpresa de Dios existe al descubrir que el árbol está presente incluso cuando no hay hombre alguno que lo perciba, yo también, -con la escala adaptada por supuesto-, llego a asombrarme cuando siento que este texto crece y se comuniqua casi por sus propios medios, sin que le preste ya mayor atención y trate de que esto fluya lo mejor posible -lo que no es mucho en estos momentos-.
Y es que quiero, de cierta forma, que esto me revele un sentido, lo revalide. Quiero sentir este escribir necesario, y a eso le doy vueltas. Hoy día conversaba por ejemplo y planteaba que una de las cosas que hacía un poco más agotador mi día, es que cada mañana -y la verdad es que casi a cada momento-, estoy eligiendo conscientemente aquello que hago. Me explico: en la mañana, no suena el reloj y me levanto para ir a trabajar, sino que:
1) Suena el reloj.
2) Apago el reloj y me cuestiono sobre el ir a trabajar.
3) Pienso no ir a trabajar, no ir más quizá, y trato de buscarle un sentido al ir.
4) Decido ir.
Y luego el día se transforma en una cosntante validación de ese sentido, y, en general, de casi cualquier acción que hago. Y es que el mundo y la vida entera parece en ocasiones habérseme desintegrado, -como en la filosofía corpuscular, pienso ahora-, y de nuevo adquiere sentido Berkeley, y los apuntes que estaba tomando en la tarde...
Resulta gracioso casi, pero la vuelta de esto parece cerrarse, y entiendo por un momento porqué tomé a Berkeley esta mañana, y comprendo que en este, mi propio cuestionar de la materia, hay algo más de fondo, algo compartido y sentido y que estoy seguro llegará a buen puerto.
Así que tomo el libro nuevamente, y casi por comprobarlo, lo abro y le pido me muestre algo, me ayude a cerrar con sentido la entrada de hoy y a sentir un viento fresco en el corazón y energía nueva para decidir dormir, y sentir que el día de hoy se ha "cerrado" correctamente.
Abro el libro y marco con un dedo.
El libro se abre en una página donde hay unos apuntes de hace 10 años. El dedo se detiene sobre mi apunte escrito extrañamente con lápiz mina, aunque nunca recuerde haber rayado directamente un libro:
El dedo con el que marco es el índice de la mano derecha. La frase escrita está con mi letra. La frase en cuestión es la siguiente:
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Sin Dios, la materia no puede explicar satisfactoriamente el mundo
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Sin Dios, la materia no puede explicar satisfactoriamente el mundo
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Y es que quizá de tanto sentir, de tanto leer, de tanto pensar... me doy cuenta que se me terminan secando otras cosas. Olvidar agradecer, por ejemplo, antes de dormir.
Y entonces el corazón vuelve a latir como un reloj que vuelve a andar de golpe, y ya no es necesario contar cada segundo, ni tampoco es necesario elegir dormir, pues es como si te hubieses dado cuenta que alguien te estaba acurrucando para que descansaras.
¡Ja! y como un último regalo, -por si fuera poco- acabo de recordar que Kore-Eda estrenaba una nueva película, por lo que el corazón aparte de ser como un reloj, pasa tambien a ser como un "espantacucos" que brilla en las noches.
Coloco el despertador y apago las luces. Mañana será un día bueno, pienso.
Y hoy día ya es mañana.

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