martes, 8 de junio de 2010

Historia en 10 fracasos y 2 epílogos, o el sagrado instinto de no tener teorías.

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I
La historia niega las cosas ciertas, dice Pessoa, en el Libro del desasosiego.
Y yo me repito una y otra vez aquella frase para intentar hacerla perder sentido.
Pero no lo consigo.
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II
Pienso entonces en la historia como en una sucesión de hechos.
Y las huellas de estos hechos
que están también sobre otras huellas.
Busco entonces hechos que no dejaron huellas
y no encuentro ninguno.
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III
Pero si la historia niega las cosas ciertas, Sr. Pessoa,
¿quiere decir que afirma las cosas falsas?
...
Pero el Sr. Pessoa no me responde,
así que grito:
y él me lanza un grito ausente y silencioso.
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IV
A las seis de la tarde junto a un carrito de sopaipillas
descubro al perro Prometeo.
Tiene una herida en la pata, me dicen,
pero cada vez que se siente mejor intenta caminar
y la llaga vuelve a abrirse.
Entonces,
me acerco a Prometeo para preguntarle
si su mundo es igual o similar a su dolor
y si su dolor es parte de su historia,
y si su dolor es cierto, o es incierto.
Pero él sólo dice: ¡Guau!
Y no es por causa del asombro.
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V
Son las seis y quince y sigo junto al carrito de sopaipillas.
Prometeo me ha dejado acercar y hasta tocar su herida.
Pero por más que lo intento
no consigo palpar su dolor, ni su historia.
Y como le creo a Pessoa y pienso que finge –Prometeo-,
hurgo mi dedo en su llaga cual Tomás,
y Prometeo lanza un mordisco al aire
que existía a ambos lados de mi antebrazo.
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VI
Entre las fauces de Prometeo,
inmóvil,
pienso que este es un hecho que forzosamente
ha de estar en mi historia, y que, por lo tanto,
no ha de ser necesariamente cierto,
pues no puede negarse.
Miro a Prometeo a los ojos
y él entiende.
Suelta el brazo y se tiende a un costado,
y su pata herida está sobre mi pierna.
Le ofrezco entonces sopaipillas,
pero él las desprecia
y me mira con dos ojos.
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VII
Usted está loco, me dice el tipo del carrito,
¿por qué no le pegó para que lo soltara?
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¿Es usted el Sr. Pessoa?,
le pregunto.
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No, responde, soy Horacio,
el rey de las sopaipillas.
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VIII
No creo en sus sopaipillas, le digo al rey,
ni mucho menos en su mostaza:
Es como echar sangre sobre un montón de carne,
y pensar luego que aquello puede ser un hombre
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Pero el tipo finge que no me entiende
y que soy confuso
y sigue enviando masas al aceite hirviente
mientras piensa que tengo razón,
pero no me lo dice.
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IX
Todo lo desagradable que sucede en la vida,
debe pensar el rey,
debe ser considerado como un mero accidente:
como un dolor de muelas,
o un pequeño mordisco en el brazo,
vale decir, como un accidente externo,
que es además el único tipo de accidente posible.
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¿Quiere decir que lo interior no es materia de accidentes,
rey Horacio? -le pregunto.
¿Que lo interior es lo único cierto y que al no cambiar de estado
niega a la historia y por lo tanto es imposible la historia de las cosas ciertas?
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Entonces Horacio, el rey, lanza con una espátula
un poco de aceite hirviendo justo en mi dirección,
y señala:
¡Sale de acá, loco conchetumadre!
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X
Usted no puede hacer nada, le digo,
sólo puede hacer actos y ellos no rozarán nunca
mi verdadera esencia:
soy inmutable y no soy materia de historia.
Eso le digo mientras siento que mis palabras
se coordinan perfectamente con las formas que tengo dentro,
como si entre ellas existiese un alma única,
o como si bailasen para-para justo en medio de una plaza
que existe desde siempre y en un mismo sitio,
que lamentablemente desconozco.
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Epílogo I
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Entonces, como si hubiese dicho una palabra mágica,
o hubiese pronunciado el secreto nombre de Dios,
el cielo parece abrirse y entre celestiales aceites hirvientes
se asoma la gran sopaipilla, que ha adoptado para dirigirse a mí
el rostro desganado de Pessoa.
He aquí lo que me dijo, a través de una imagen:
La imagen de un hombre impávido mientras el mundo que lo rodea se hunde:
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"Aunque alrededor de nosotros se hunda lo que fingimos que somos, debemos seguir impávidos; no porque seamos justos, sino porque somos nosotros, y ser nosotros es no tener nada que ver con esas cosas exteriores que se hunden, aunque se hundan sobre lo que somos para ellas"
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Luego guardó silencio,
y cayó en forma de migajas,
que once palomas grises hicieron desaparecer en poco tiempo.
Pero no tan poco.
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Epílogo II.
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Y pensar que pasé cuatro años persiguiéndome la cola, dice Prometeo,
mientras comienza a levitar,
como un hermoso perro místico.

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