.
I
La historia niega las cosas ciertas, dice Pessoa, en el Libro del desasosiego.
Y yo me repito una y otra vez aquella frase para intentar hacerla perder sentido.
Pero no lo consigo.
.
II
Pienso entonces en la historia como en una sucesión de hechos.
Y las huellas de estos hechos
que están también sobre otras huellas.
Busco entonces hechos que no dejaron huellas
y no encuentro ninguno.
.
III
Pero si la historia niega las cosas ciertas, Sr. Pessoa,
¿quiere decir que afirma las cosas falsas?
...La historia niega las cosas ciertas, dice Pessoa, en el Libro del desasosiego.
Y yo me repito una y otra vez aquella frase para intentar hacerla perder sentido.
Pero no lo consigo.
.
II
Pienso entonces en la historia como en una sucesión de hechos.
Y las huellas de estos hechos
que están también sobre otras huellas.
Busco entonces hechos que no dejaron huellas
y no encuentro ninguno.
.
III
Pero si la historia niega las cosas ciertas, Sr. Pessoa,
¿quiere decir que afirma las cosas falsas?
Pero el Sr. Pessoa no me responde,
así que grito:
y él me lanza un grito ausente y silencioso.
.
IV
A las seis de la tarde junto a un carrito de sopaipillas
descubro al perro Prometeo.
Tiene una herida en la pata, me dicen,
pero cada vez que se siente mejor intenta caminar
y la llaga vuelve a abrirse.
Entonces,
me acerco a Prometeo para preguntarle
si su mundo es igual o similar a su dolor
y si su dolor es parte de su historia,
y si su dolor es cierto, o es incierto.
Pero él sólo dice: ¡Guau!
Y no es por causa del asombro.
.
V
Son las seis y quince y sigo junto al carrito de sopaipillas.
Prometeo me ha dejado acercar y hasta tocar su herida.
Pero por más que lo intento
no consigo palpar su dolor, ni su historia.
Y como le creo a Pessoa y pienso que finge –Prometeo-,
hurgo mi dedo en su llaga cual Tomás,
y Prometeo lanza un mordisco al aire
que existía a ambos lados de mi antebrazo.
.
VI
Entre las fauces de Prometeo,
inmóvil,
pienso que este es un hecho que forzosamente
ha de estar en mi historia, y que, por lo tanto,
no ha de ser necesariamente cierto,
pues no puede negarse.
Miro a Prometeo a los ojos
y él entiende.
Suelta el brazo y se tiende a un costado,
y su pata herida está sobre mi pierna.
Le ofrezco entonces sopaipillas,
pero él las desprecia
y me mira con dos ojos.
.
VII
Usted está loco, me dice el tipo del carrito,
¿por qué no le pegó para que lo soltara?
.
¿Es usted el Sr. Pessoa?, le pregunto.
.
No, responde, soy Horacio,
el rey de las sopaipillas.
.
VIII
No creo en sus sopaipillas, le digo al rey,
ni mucho menos en su mostaza:
Es como echar sangre sobre un montón de carne,
y pensar luego que aquello puede ser un hombre.
.
Pero el tipo finge que no me entiende
y que soy confuso
y sigue enviando masas al aceite hirviente
mientras piensa que tengo razón,
pero no me lo dice.
.
IX
Todo lo desagradable que sucede en la vida,
debe pensar el rey,
debe ser considerado como un mero accidente:
como un dolor de muelas,
o un pequeño mordisco en el brazo,
vale decir, como un accidente externo,
que es además el único tipo de accidente posible.
.
¿Quiere decir que lo interior no es materia de accidentes,
rey Horacio? -le pregunto.
¿Que lo interior es lo único cierto y que al no cambiar de estado
niega a la historia y por lo tanto es imposible la historia de las cosas ciertas?
.
Entonces Horacio, el rey, lanza con una espátula
un poco de aceite hirviendo justo en mi dirección,
y señala:
¡Sale de acá, loco conchetumadre!
.
X
Usted no puede hacer nada, le digo,
sólo puede hacer actos y ellos no rozarán nunca
mi verdadera esencia:
soy inmutable y no soy materia de historia.
Eso le digo mientras siento que mis palabras
se coordinan perfectamente con las formas que tengo dentro,
como si entre ellas existiese un alma única,
o como si bailasen para-para justo en medio de una plaza
que existe desde siempre y en un mismo sitio,
que lamentablemente desconozco.
.
.
Epílogo I.
Entonces, como si hubiese dicho una palabra mágica,
o hubiese pronunciado el secreto nombre de Dios,
el cielo parece abrirse y entre celestiales aceites hirvientes
se asoma la gran sopaipilla, que ha adoptado para dirigirse a mí
el rostro desganado de Pessoa.
He aquí lo que me dijo, a través de una imagen:
La imagen de un hombre impávido mientras el mundo que lo rodea se hunde:
.
"Aunque alrededor de nosotros se hunda lo que fingimos que somos, debemos seguir impávidos; no porque seamos justos, sino porque somos nosotros, y ser nosotros es no tener nada que ver con esas cosas exteriores que se hunden, aunque se hundan sobre lo que somos para ellas"
.
Luego guardó silencio,
y cayó en forma de migajas,
que once palomas grises hicieron desaparecer en poco tiempo.
Pero no tan poco.
.
.
Epílogo II..
Y pensar que pasé cuatro años persiguiéndome la cola, dice Prometeo,
mientras comienza a levitar,
como un hermoso perro místico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario