miércoles, 23 de junio de 2010

Wimbledon 2010 y la pérdida del sentido.

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Con casi todos los ojos puestos en el Mundial de Fútbol de Sudáfrica, el torneo de tenis de Wimbledon de este año ha pasado prácticamente inadvertido, al menos en nuestro país, donde era imposible encontrar ninguna noticia al respecto.

Eso hasta hoy, pues me encuentro con un artículo que hace eco en una serie de otras situaciones, y que les resumo a continuación.

Hace dos días comenzó un partido entre los tenistas Nicolas Mahut y John Isner. Creo que es un juego de primera ronda. El punto es que hoy, dos días después de iniciado, el partido vuelve a suspenderse sobrepasando ya las 10 horas de juego, tanto así que en el quinto y último set el marcador entre ambos llega a estar 59-59, -algo nunca visto en los años que lleva este deporte en ningún torneo del que se tenga registro-, y que, como se pretende continúe mañana, puede llevarnos a cifras todavía insospechadas.

Las imágenes muestran 2 tenistas agotados, que no logran sacarse ventaja, a ratos sonríen, nerviosos; deben ir al baño, volver, seguir jugando. Entre ambos días, en una nota de prensa, Mahut confiesa que ha estado más tiempo con Isner que el que ha pasado con su madre en el último año: el periodista sonríe, pero Mahut no.

Y es que tanto Mahut como Isner, si bien ya han dejado con esto sus nombres en la historia, parecen comenzar a cuestionarse algo más... es cierto, quizá interprete mal, pero me he dedicado a ver imágenes del partido, en especial del último set, y siento que hay algo en esos tenistas que comienza a colapsar, y no es algo físico, por cierto.

Isner demora un segundo más con su saque que en partidos anteriores. Mira un poco más a Mahut, luego mira su mano, la pelota en su mano, se detiene... por un momento siento que no va a seguir, que va a renunciar, que va a correr porque no quiere que la vida se le vaya en esto, supongo... justo cuando me alegro por esto Isner saca nuevamente y anota su ace número 98. Entonces Mahut lo aplaude, le da fuerzas a su contrincante y este le devuelve el aplauso, mientras e preparan para un nuevo punto.

El partido por lo demás se está jugando en la cancha número 18 del complejo, una pequeña cancha sin mucha importancia, pero a la que se han ido sumando numerosos espectadores que pretender concurrir a este, ahora, partido histórico.

Los guardalíneas intentan descansar la vista y cierran los ojos entre punto y punto, atentos siempre a la línea como si en esta fuera a dibujarse el significado de la vida... el árbitro general baja de la silla y estira las piernas, luego sube nuevamente.

Yo miro el partido e intento imaginar qué piensan esas personas: los tenistas, el árbitro, los pasapelotas, los espectadores... yo mismo que ya llevo bastante tiempo viendo la repetición de este partido e intento fijarme en los gestos pequeños, en los tiempos, en las miradas que se cruzan entre unos y otros.

Y es que tal como está el partido resulta ser una excelente oportunidad para cuestionarnos algo un poco más de fondo...

Hoy día, por ejemplo, hablando con unos alumnos sobre ciertas definiciones de "lo humano", y tras descartar los elementos de la lógica, el raciocinio, u otros, como el agente diferenciador que hace de los seres que llamamos humanos poseedores de esa humanidad, llegábamos a proponer que lo que realmente diferenciaba a los hombres era el poder elegir, a diferencia de las otras especies, sobre el poner fin a su propia vida, es decir, cambiar el sentido en que opera la "fuerza de su voluntad". como nos dio por lamarla en ese momento.

Es cierto, no le conté de las ballenas y las engramas, ni de los asnos de Sharbish de 1969 -ya les contaré de esto en otro momento-, o de los roedores de Irtich, pero tras ese acercamiento a alguna conducta humana que nos diferenciara de las otras especies, -bastante negativa por lo demás-, se ocultaba una contraparte que me agradó bastante: si lo que nos diferencia es que podemos poner fin a nuestra existencia, sería correcto decir que los hombres son los únicos seres que son conscientes de que el vivir es una elección, que podemos elegir el camino de salida cuando queramos, y que, por lo tanto, la vida es el resultado de la opción de no poner fin a nuestra existencia, más allá de las dificultades que podamos encintrar durante su transcurso.

Ahora bien, tenemos a Isner y a Mahut. Llevan 10 horas de juego. Ya han jugado cuatro sets y en el quinto van 59 a 59, y no pueden terminar pues necesitan ganar por dos de ventaja y esto se hace imposible.

¿Serán Isner y Mahut conscientes que cada nuevo punto es una elección? ¿Se dan cuenta que existe una salida distinta? ¿Existe realmente esa consciencia de que estamos eligiendo continuamente?

Planteo esas preguntas no por novedosas o trascendentes, sino porque creo que Isner y Mahut comenzaron en algún momento a hacérselas. Ambos se miraban por segundos buscando "afirmarse" en el otro -como los típicos boxeadores que descansan un momento su peso en el cuerpo del otro-, y siento que algo de eso ha quedado grabado en quellas imágenes.

Veo por ejemplo a un hombre del público, entusiasta, que no paraba de gritar, pero tras pasar las horas termina alejándose en silencio del lugar, recoge su bandera y va hasta quién sabe donde, pues la cámara se queda, obviamente, con el partido interminable.

Es cierto, podría plantearme cosas similares ante rutinas más cercanas y propias, y muchísimo más terribles, no me cabe duda, pero sueño con que este partido que seguirá mañana, se acabe cuando uno de los tenistas decida alejarse del lugar, (antes de salir vencedor o de ser derrotado), entendiendo que el verdadero triunfo es salir a tiempo de ese algo que, ya se nota demasiado, los agobia, y pierde poco a poco el sentido -si es que algo puede en verdad perderse poco a poco y no somos nosotros quienes evitamos revelar esa perdida de golpe-.

Y es que me imagino a esos tipos como mascando un chicle que ha perdido su sabor, y, como más encima deben seguir el partido un día tras otro -digamos que el hígado les sigue creciendo para parecer más cultos-, resulta además que el chicle es pegado bajo una mesa de la que vendrán a sacarlo en unas cuantas horas, para seguir nuevamente con lo mismo.

Pienso entoces en una pareja agobiada uno del otro viendo este partido juntos. O ponerlo en pantalla gigante durante las jornadas de trabajo en una fábrica de conservas. Ejem... o frente a uno mismo.

Todo esto porque quizá el ver como se nos pasa la vida, el observar como hasta lo que parecía apasionarnos puede agobiarnos cuando deja de tener un sentido, nos acerca a pensar también en nosotros mismos, a poner en la balanza unas cuántas cosas, y, ojalá, obtener cuentas alegres...

¿Qué cómo son mis cuentas?

¡Alegres pues hombre! ¡Qué se cree!

Y eso que ya voy en mis treinta iguales...

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