miércoles, 9 de junio de 2010

Cleantes, el vaciador de pozos. (Parte I)

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Buscando un puesto de churrascos que encontramos hace unos días con mi primo, -y perdiéndome por supuesto en dicha búsqueda-, me encuentro de pronto con un extraño cartel que se encuentra en la entrada de una casa: El CLEANTES.
Está escrito con una letra uniforme, con colores opacos, y no hay señal alguna que indique a qué hace referencia. De hecho, la casa en que se encuentra el letrero, no difiere en nada de las otras de la villa, no hay timbre para llamar, ni ningún elemento que indique que ahí puede prestarse algún servicio, aunque una pequeña luz se ve encendida tras una ventana.
Es de noche, salí hace poco de la escuela nocturna y como me quedé dormido un rato en la tarde no tengo nada de sueño y un impulso no muy racional me convence de llamar a aquella casa. Después de todo, pienso, nunca he visto ese nombre escrito fuera de algunos libros que hacen referencia a los estoicos, y no recuerdo tampoco haber hablado nunca de este filósofo con nadie, a pesar de ser para mí, el estoico más interesante, al que más afecto le tengo y el que presenta, por mucho, una vida más atractiva.
Y es que lo primero que sabemos de Cleantes es que fue boxeador en la antigua Grecia, no muy técnico por cierto, pues su lucha carecía por completo de estilo, -según lo que se escribió al respecto-, señalándose además, que de su última y más importante pelea se retiró cuando estaba, a fuerza de golpes destemplados, a punto de ganarla.
Cleantes habría llegado entonces, luego de esta última pelea, hasta Atenas, prácticamente sin dinero, para estudiar con Zenón. Durante este tiempo, se nos señala, Cleantes habría trabajado durante las noches, acarreando agua a los huertos, una de las labores más pesadas y más mal pagadas que existían en aquella ciudad por esos días, y lo que lo llevó a recibir el apodo de "vaciador de pozos".
Quizá por eso se dice que Cleantes amaba el trabajo, ya que habría escogido las labores más pesadas y difíciles, -realizadas siempre de forma nocturna- para poder dedicar el día al estudio con Zenón, su maestro. Respecto a esto (a su amor por el trabajo) se señala también que rechazó recibir dinero ofrecido por distintos ciudadanos atenienses que quisieron ayudarlo en este aspecto.
Cleantes además, -y esta es otra de las razones por lo que me resulta tan agradable- se reconoce como alguien que no tiene inteligencia para las cosas de razón, y comúnmente acepta burlas incluso de otros compañeros, quienes lo tildaban de asno, por ejemplo, o le organizaban preguntas complejas, que éste no se atrevía a contestar.
Cleantes sin embargo, siguió esforzándose en seguir a Zenón, comparando su manera de entender con la de hacer ingresar algo en un recipiente de boca estrecha: algo muy difícil de hacer, pero que una vez hecho, es también muy difícil de revertir, y lograr que vuelva a salirse de aquel lugar, aquello que ya ha ingresado.
Con todo, tras la muerte de Zenón, sería justamente Cleantes el elegido para continuar su doctrina, como maestro del Pórtico; eligiéndolo por sobre otros discípulos de mayor envergadura intelectual y mejor manejo del discurso.
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En esto pienso cuando miro aquel letrero y me dispongo a llamar en la casa. No debo haber estado muy lúcido en verdad porque ya no eran horas de llamar a ningún sitio, pero bueno, se trataba de "el Cleantes" por lo que se podía hacer una excepción.
Tras llamar algunas veces aparece una mujer mayor con una expresión cansada y algo molesta.
"Vengo por el cartel", le digo. Y siento, al mirarla, que di con algo extraño, e importante.
No espero que me crean, pero a la hora después todavía estaba hablando con la señora al interior de la casa. Según su historia, en la casa había trabajado su marido pintando carteles, y ese que estaba puesto en la casa, sobre la ventana principal, fue uno que nunca vinieron a buscar, al menos según la versión del esposo, muerto ya hace algunos años.
Por eso la señora señala que se asutó cuando le dije que venía por el cartel, pues ella siempre había estado intrigada por aquello. Por otro lado me cuenta que su esposo era bastante reservado, que nunca habían dormido en la misma pieza y que se encerraba en el taller a trabajar y no salía salvo para comer, bañarse, o recibir y entregar algún encargo.
Por eso señala que lo del cartel siempre le pareció extraño, que de un día para otro ella lo vio colgado y sólo después de un tiempo el esposo le había contado esa historia donde alguien no lo había retirado.
Algo en todo eso, sin embargo, al igual que a la señora, no parecía calzarme; y es que sentía que había algo de esa historia que debía todavía entender, o ayudar a entender, a terminar.
Quizá por eso me escucho contándole sobre Cleantes a esta señora, este tipo que acarreaba agua y trabajaba en los huertos y que con sus mismas manos trabajadas, -como señalaba Diógenes Laercio-, podía después escribir sobre el posible sentido de la naturaleza...
La mujer escucha sobre el personaje y me hace algunas preguntas, en las que intuyo, sabe también algo más, que no me está diciendo...
"Es que Cleantes no hubiese expresado a Zenón si solamente lo hubiera escuchado, según lo que usted dice", escucho decir a la mujer, y para entonces ya estoy seguro que hay algo definitivamente más extraño en todo esto.
Por último como cambiando el tema, la mujer me pregunta si me interesa llevarme el cartel, a loq ue respondo que sí, pero que sería difícil en ese momento.
"Serían treinta mil", me dice, aunque podrían quedar en 25.
Yo guardo silencio un momento.
Entonces le planteo que es tarde, que me tengo que ir, y ella, al dejarme en la puerta me dice que si quiere le pague el letrero arreglándole el jardín, como un Cleantes moderno.
Antes de dar una respuesta, la mujer da por entendido que acepté y me dice que vuelva mañana, confesándome de pasada que ella investigó sobre Cleantes, tras verlo escrito en el letrero, y que le había servido para entender, casualemente, algunas cosas de su esposo que ella nunca entendió, como por ejemplo, la razón que lo llevó a decidir morir, hacía algunos años.
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