Si bien el apodo de vaciador de pozos, le fue puesto a Cleantes por el trabajo de acarrear agua y trabajar los huertos, existe en esa designación algo mucho más complejo, que tiene que ver, en principio, con la palabra griega que designa dicha función.
Y es que se produce al nombrarlo de esta forma un juego de palabras bastante extraño, cuya explicación, -dada por A.J. Capeletti-, es la siguiente:
"Hay aquí una paronomasia entre Kleánthes y Phreántlës, sustantivo que designa al que acarrea agua desde los pozos; el sustantivo phréar, del cual este último deriva, designa un pozo artificial hecho por el hombre, en contraste con krëne, que significa fuente o pozo natural de agua".
No deja de darme vueltas esta nota mientras busco nuevamente la casa con el letrero. Hoy salgo un poco más temprano de la escuela nocturna así que todavía hay gente en la calle.
Anoche, luego de escribir la entrada anterior, volví a leer algunas cosas sobre Cleantes, en especial aquello que se señala en Los estoicos antiguos (Gredos) -una de sus notas constituye la cita anterior- y algunas notas que tomé para un trabajo que hice hace años en la u, que trataba, en cierta medida, de Zenón -y que le vendí por unas cervezas a un amigo de filosofía, como si fuese un Esaú moderno-.
Así que ahora, mientras iba buscando esa casa, eran muchos más los datos que me daban vueltas y que, de cierta forma, me llevaban un poco a mezclar ambas historias: lo hablado con la señora hacía menos de 24 horas, y todo aquello que se decía le había ocurrido a Cleantes, en Atenas, hace dos mil y tantos años.
Cuando ya me daba por vencido me fijo que la casa está prácticamente al frente de donde me había detenido. Jugando un poco al espía me pongo a estudiarla con detenimiento: la reja deteriorada, el jardin con el pasto y las malezas bastante más alto que lo normal, un pequeño buzón oxidado en el que se ha bloqueado la ranura para recibir las cartas... y el letrero, por supuesto, justo encima de la ventana grande, de corredera, sin protecciones.
Me acerco al lugar y entonces pasa por mi lado una chica y la veo entrar en la casa. La casa del letrero, por supuesto: La casa de EL CLEANTES.
En un principio no me fijé bien en la mujer, pero se ha quedado un rato fuera, en el jardín, como buscando algo en su cartera y luego hablando por celular un momento. Debe tener unos veinticinco años -aunque nunca he sabido calcular las edades- y, supongo, un parecido con la mujer con que hablé anoche, lo que invita a pensar que se trata de su hija.
Al final me decido y me acerco, además me sentía observado por otra gente del lugar y quizá podría tomarse para otro malentendido.
-Hola, -le digo.
La chica me mira. Su apariencia es absolutamente normal, objetiva.
-Ayer hablé con una señora acá, por el letrero... o sea conversamos un poco... ella me dijo que viniera hoy.
La chica guarda el celular y me pregunta si hablé con ella, que a qué hora fue, que si había sido grosera conmigo.
-No, para nada -contesto-, de hecho me ofreció el cartel, es que hablamos algo porque soy profe y me interesó el nombre, y cómo el letrero no decía nada le pregunté...
-Sí, el letrero lo hizo mi papá, -me cuenta la mujer-, no lo vendió nunca y quedó ahí al final...
Eso me dice cuando me fijo en que por una ventana está asomada la señora, aunque se ve distinta, y sin que la sensación se hubiese anunciado de ninguna forma me asalta un miedo extraño, que no parece situarse en la situación que estaba viviendo pues la chica -quien vestía ropas que indicaban que trabajaba en una farmacia-, parecía tan normal que la situación no dejaba de observarse común, fortuita, sin nada en particular.
Sin embargo, una parte de mí parecía estar como en esas viejas películas de fantasmas japoneses, o en Aura, de Carlos Fuentes, y algo me sucedía que me hacía actuar extraño, como si una pequeña parte de mí hubiese entrado en pánico, pero no pudiese conectarse con ninguna otra de mis partes... o como si esa sensación fuese similar a un celular que vibrase en un bolsillo que no alcanzo a descubrir, y que nunca pensé que tuviera, no dependiendo de mí, por lo tanto, el apagarlo.
Pero el caso es que la chica termina saliendo de la casa, mira a la mujer, le entrega su cartera por la ventana y sale a la calle. Me dice que la acompañe a comprar y me pregunta si voy hacia el metro. Yo asiento, y la acompaño.
No sé ahora como ordenar la historia. Si ayer era rara lo de hoy supongo que sonará incluso más exagerado, aunque en cierto sentido fue también lo más natural que pudo haber pasado.
Resumo:
El padre de la chica -Susana-, era pintor. No de letreros sino de cuadros y había tenido, según lo que dice la chica, un periodo en que vivió fuera del país y en el que habría alcanzado, además, cierto nivel de fama. De vez en cuando vendía cuadros y los mandaba fuera y siempre le enviaban dinero que ella no sabe bien en qué se ocupó.
Con el tiempo, eso sí, se puso a pintar letreros. Mientras avanzábamos por las calles, ella me mostraba unos negocios que tenían letreros que había pintado su padre. Letreros normales, sin nada en especial... salvo tonos un tanto oscuros -grises en verdad- que contrastaban extrañamente con el resto de los carteles del sector.
-Yo me crié con mi abuela -dice Susana-, la relación de mi mamá con mi papá era rara y sólo hace unos años, cuando empecé a trabajar, me vine para acá. Además mi papá se había muerto y mi mamá se había quedado sola...
En ese momento intuyo que el papá se había matado, y trato de preguntárselo, sin que se note. Pero no soy muy sutil.
-Sí. Se mató en el taller de abajo de la casa. Así que lo tuvimos que bloquear porque mi mamá se pasaba metiendo ahí, cuando quedó sola. Ella no decía nada, ni que lo veía ni nada, ni lloraba, pero se iba ahí, y a veces uno venía, o mis tíos, y ella ni siquiera salía a atender.
Al final un tío le mandó poner unos cerrojos a la puerta del taller y hasta soldaron una parte. Lo peor fue que un día vimos que salía agua bajo la puerta. Una cañería se había roto dentro y hubo que volver a abrir. Yo estuve ahí pues ya vivía acá y tenía que acompañar a mi madre. Yo nunca había estado en el taller y me fijé que estaba lleno de libros, y hasta esculturas. Y un sillón café.
El tipo que envío mi tío se demoró varios días en arreglar y durante todos esos días mi mamá se iba a meter y se sentaba en el sillón café. Como yo trabajaba no podía estar aquí todo el día. Cuando terminó todo y hubo que volver a cerrar mi mamá se volvió como loca: ya estaba media callada, pero era como depresión, pero ahí no quería dejar que cerraran, y gritaba y se golpeaba en el suelo, pero mis tíos lo hicieron igual, y ella se quedó callada...
-¿Cómo?, -le pregunto-.
-Dejó de hablar. O sea habla de pronto, no te asustís... -ella se ríe-, pero es muy raro. Habla un poco y después pasa una semana sin hablar, o varios días. Casi siempre habla con personas de fuera o cuando pasa un vendedor... a mí ni me habla.
Ella entonces entra a comprar a un negocio. Compra pan, un nectar y un poco de jamón. Cuando sale la escucho hablar por celular, con el pololo parece, pues termina mandándole un beso y hablando de juntarse.
Cuando sale no sabemos que más decirnos. Ella ha sido agradable y normal -por rara e íntima que sea la historia-, como si me hubiese estado atendiendo en la farmacia en que trabaja.
-Igual si te gusta el letrero o lo querís para algo puedo ver, pero mi mamá es muy rara, capaz que después se sienta mal o algo...
-No, no te preocupes -termino. Y me despido.
Mientras voy en el metro y hasta el momento en que escribo esto, sin embargo, me siguen dando vueltas muchas cosas. En especial aquello del vaciador de pozos.
Y es que siento que en cierto sentido me convertí también en eso. Soy también un vaciador de pozos. Hablé con esa mujer y fue como si le hubiese arrancado el agua que tenía, y que ahora tardará varios días en llenarse, o en tener el agua suficiente para dar de beber a alguien más, y hablar nuevamente.
Además, por otro lado, siento que no he usado esa agua para nada útil.
Así, mientras me vence el sueño, imagino que por bajo la puerta de esta pieza entra también un poco de agua.
Sólo basta saber si proviene de un pozo artificial o de una fuente natural, y aclarar algunas cosas.
La sensación que es similar a la de un celular vibrando en un bolsillo que no encuentro, me acompaña y se renueva y está presente al menos hasta el momento justo en que pongo el punto final: aquí .
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