miércoles, 2 de junio de 2010

Extrañas disonancias en El príncipe de madera, de Béla Bartók.

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Suele comentarse que en El príncipe de madera, de Bartók, existe un marcado desequilibrio entre el tema, -dado a partir de un cuento de hadas-, y su tratamiento musical.
Hoy consigo una versión del ballet muy distinta a la que recuerdo haber escuchado años atrás, y tras escucharla, siento como si ese desequilibrio no sólo operase entre estos dos aspectos de la obra, sino que además, existe al interior del mismo tratamiento musical, un desequilibrio distinto al presente en otras obras del autor.
Es cierto, las obras de Bartok, podrían decirme, siempre parecen destempladas, contienen cambios bruscos, agresivos, que operan tanto a nivel de ritmo, timbre y armonías. De hecho, es justamente lo que me atrajo en un principio de este compositor, recuerdo por ejemplo que al escuchar su Concierto para piano percusión y celesta, me sentí como aquellas imágenes en que la estructura de un adn parece coincidar y armonizar con otra, -por más que una estructura sea ínfima en relación a la otra-.
Sin embargo, con el tiempo, y al avanzar por otras creaciones de Bartók, aquel desequilibrio, -por conservar el concepto utilizado-, respondía no siempre a una pasión... mmm, no, no es justo decir eso, no es preciso. Digamos mejor que aquel desequilibrio, era impulsado por una pasión tan explosiva como estructurada, es decir, que podían encontrares en ellas, ciertas formas, que parecían reiterarse entre unas y otras creaciones.
Así, dejando de lado sus trabajos previos a su profundización en la investigación etnográfica que realizara, y a la extraña composición Cuarenta y cuatro dúos para dos violines -donde se conserva claramente una melodía original a lo largo de las distintas creaciones-, tengo el descaro de decir -con mis nulos conocimientos musicales y la poca práctica que en mis últimos años le he dejado a este ámbito-, que en las restantes obras de Bartok, el destemple característico, la agresividad tan atrayente que presenta, parece recurrir a una forma establecida -lo que por cierto no le resta méritos-, al igual como una fiera tiene también una técnica, una fórmula que utiliza para dar caza a su presa, por más que la guíe el instinto, el hambre, y ciertas fuerzas de su espíritu que nuestro lenguaje (verbal) todavía no sabe nombrar con exactitud, ni certeza.
Y es que quizá sea el nombrar aquella fuerza organizada lo que se plasma en aquellas obras de Bartók, una naturaleza que por responder a algo vivo, justamente, desarrolla también un diseño que es el sello distintivo, hasta cierto punto, de toda su obra.
Pero volvamos a la obra que acabo de escuchar y que he vuelto a poner, de hecho, mientras escribo estas líneas.
El príncipe de madera fue creado por Bartók durante los primeros años de la primera guerra mundial. Poco después de la creación de su única ópera El castillo de Barba Azul, a pesar de tener, desde mi punto de vista al menos, numerosas diferencias.
Y es que me parece, que en el ballet del príncipe, Bartok, es capaz por primera vez -quizá después lo lograría también, aunque de otra forma, en El mandarín maravilloso-, de desarrollar su música en distintas líneas narrativas. Es decir, .y aquí me acerco más a la idea de polifonía aplicada al campo de la teoría literaria-, Bartók logra, en esta obra, guiar ciertas energía, ciertos discursos armónicos disímiles, a lo largo de la obra, dejándolos de lado en muchas ocasiones o pasando a uno distinto sin matices intermedios, con lo que la obra resulta algo irregular, pues el modelo al que responden cada una de esas distintas armonías, no parece estar dado por un mismo patrón, como el que sí parece exustir en otras de sus obras.
Con esto, no quiere decirse que el desequilibrio al que me refería sea entendible como irregularidad, sino que parece dar cuenta de un sistema compositivo que se desarrolla en distintas áreas, tomando distintos referentes, que me abstengo de nombrar y profundizar por desconocimiento, aunque dicen relación, fundamentalmente, con la extraña manera que tiene Bartók de trabajar con la proporción áurea.
Como sea, aquí está de nuevo Bartók, revisitándome -el interesado soy yo, es cierto, pero así sueno más importante-, mostrándome una faceta nueva, interesante, que me hace seguirle con detención nuevamente y buscar nuevas correspondencias.
Quizá ahora, con una pasión y un desequilibrio algo distinto que en años anteriores, logre encontrar en él a alguien con quien también se puede charlar, contar algunas historias, y hasta tomarse un cafecito. Muy rápido en todo caso, pues es mucho lo que hay que hacer, y no es cosa de ir regalando el tiempo más allá de lo necesario. Y no vaya a ocurrir de pronto que ese genio despierte, y se destemple de golpe, y su música vuelva a golpear en mí como antaño, como si pesadas manos de madera golpeasen fuertemente las teclas de mí espíritu, -ya de por sí disonantes-, y las hiciesen estallar en nuevos pedazos.
Armonías mudas.

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