viernes, 5 de noviembre de 2021

Una liebre o un oso.


No sé si tomar en serio a Arto Paasilinna. Y es que ya desde el nombre, digamos, comienzo a dudarlo un poco. Dejo de lado por supuesto, algunas novelas sin mucho peso específico y que apenas logran ser simpáticas y poco más. Aunque eso no sea algo que deba desestimarse, sobre todo hoy en día. De todas formas, cuando me cuestiono sobre qué tan en serio tomarlo pienso mayormente a lo que me ocurre con dos de sus novelas: “El año de la liebre” -la obra que probablemente le supuso mayores reconocimientos-, y sobre todo “El mejor amigo del oso” que vendría de cierta forma a complementar y corregir – según mi punto de vista-, la propuesta iniciada con la novela mencionada anteriormente, con veinte años de diferencia entre ambas.

Así, mientras en “El año de la liebre”, un periodista deja atrás toda su estructura vital, tras bajarse en mitad del camino a auxiliar un pequeño lebrato que el auto en que viajaba había atropellado (luego de lo cual viven un sinnúmero de aventuras que lo llevarán a recorrer Finlandia y hasta llegar a la URSS); en “El mejor amigo del oso”, un pastor luterano adopta un osezno que también viene a cambiar todo lo que él era, pero en este caso, me atrevo a señalar, desde un aspecto más profundo, relacionado con el sistema de vida que llevaba (su significado profundo, digamos), no solo de su estructura o manifestación formal.

Se trata -me aventuraría a decir-, de dos formas de reclamar nuestra libertad, en definitiva. Una, que nos lleva a liberarnos de las ataduras más estructurales (matrimonio y trabajo, por ejemplo), para luego dar paso a otra, que viene a poner en cuestionamiento todo un sistema de creencias, o en otras palabras, a romper un yo que debe reconstruirse desde la nada (o desde la aceptación de esa nada, más bien), lo que supone una valentía mayor por parte del protagonista, y, por supuesto, de parte del autor, que ha sabido aventurarse a una profundidad distinta, en esa segunda obra.

Así y todo, mientras releo estas novelas por estos días, me cuestiono por momentos -como decía en un inicio-, qué tan en serio debo tomar a Paasilinna.

Finalmente, como si se tratase de una cuestión que deba decidirse por conveniencia, me digo a modo de conclusión que debo tomar tan en serio a Paasilinna, así como esté dispuesto a cuestionar mis propias rutinas y creencias.

Una liebre o un oso, para ser más gráfico, viene a ser entonces la elección final.

Frente a cuál de ellos, me refiero, debo enfrentar mi propia vida, tan sin garras y escasa de fuerza natural en este último tiempo, que ya es (cada vez más) mi propio tiempo.

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