viernes, 19 de noviembre de 2021

No da para quejarse.


Un amigo tiene un taxi. Es profe de filosofía, pero lo fue dejando de a poco la docencia y ahora trabaja conduciendo su auto en horarios más bien extraños. De madrugada, principalmente y hasta antes del amanecer, periodo en el que generalmente cobra sobre precio y, según dice, le dejan a veces propinas más altas. Esto, le permite vivir con algo así como el doble de dinero que ganaba cuando ejercía como profesor.

Sin embargo, más allá del aspecto económico, me interesan algunas historias que me cuenta mientras tomamos alguna cerveza, cada vez de forma más lejana.

Esta vez, por ejemplo, me cuenta sobre un tipo que lo llama al menos tres veces cada mes para que lo lleve a dar una vuelta en el maletero del auto. Ni siquiera que lo lleve a otro lugar, sino que lo deje siempre en el mismo sitio -un sector acomodado de Ñuñoa-, preocupándose que, al hacerlo, no haya nadie cerca. Le paga, por supuesto, lo que marque el taxímetro al momento de bajarse y una propina que sueve ser similar al valor del viaje.

Nunca supo las razones y entre ellos existe un acuerdo tácito. Nadie pregunta, solo se trata de dar vueltas en el coche, ya que tampoco al hombre le gusta estar en el maletero de un coche detenido, sino que le exige que esté en marcha, el tiempo que le ha solicitado en un inicio. Una hora. Cuarenta minutos. Hora y diez minutos. Generalmente varía entre ese rango de tiempo, según me cuenta.

-Cuando le pregunto por cuáles sitios prefiere que ande -dice mi amigo-, me dice que todo es siempre el mismo sitio… que elija yo. Que esa es la gracia del maletero.

-¿Y no sabes qué hace en el maletero? -le pregunto-. Me refiero a si llora, reflexiona sobre algo, come, se masturba… algo debe hacer ahí dentro, ¿nunca te lo has preguntado?

-Prefiero pensar que no hace nada -dice finalmente mi amigo, tras pensarlo un rato-. De todas formas, te comento que es un poco desesperante y cada vez me dan más ganas de no volver a hacerlo… Es raro, pero no lo siento como un trabajo, pues simplemente recibo dinero por ir de un sitio hasta el mismo sitio, solo que al final ha pasado el tiempo, y alguien que he llevado como un bulto, al final me paga.

-Tampoco da para quejarse -comento.

-No me quejo, solo me desespero -concluye-. No sé bien, cómo decirlo, pero siento que algo en mí envejece más de prisa, cuando realizo aquellos viajes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales