jueves, 4 de noviembre de 2021

Hasta que todo esté listo.


I.
De aquí no te vas hasta que todo esté listo, me dije. Ni siquiera te concedas un descanso. Tampoco está permitido pararse para mojarse el rostro ni para encender un cigarrillo ni menos aún para abrir una cerveza. Me lo repetí varias veces hasta que me pareció aceptar mis propias reglas. De aquí no me paro, en definitiva, hasta que todo esté terminado, me dije. Así que me quedé ahí (que es aquí, por cierto), frente a la hoja en blanco. Hasta que todo esté listo, en principio. Luego ya veremos qué hago.

II.
Me engaño un poco, por supuesto, pero critíqueme primero quien nunca se haya engañado. Al menos, mis convicciones primarias son estrictas, y me atan a esta silla de la misma forma como a otros sus piernas los conducen a la iglesia, al mall o hasta un encuentro amoroso. Yo me engaño de otra forma, digamos. Oculto lo que quiero decir pues decirlo es decírmelo a mí mismo y si me oigo, debiese cambiar otras costumbres que probablemente terminen ocasionando daño. De aquí no te vas hasta que todo esté listo, me dije.

III.
Luego pasa el tiempo y yo me digo que “ahí le va”, que “ya está bien”. Que de cierta forma todo está listo, aunque mañana, nuevamente, deba otra vez bregar para que vuelva a estarlo. Ahora, son las tres de la mañana y debo dormirme y despertarme en tres horas más, a lo sumo. La hoja al menos, me digo, ya no está en blanco. Apagaré la luz en un par de minutos y será el final de la función de hoy. Mañana, como decía más arriba, ya veremos qué hago.

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