miércoles, 24 de noviembre de 2021

Antes de entrar a casa.


Antes de entrar a casa te limpias los pies. O sea, no los pies, directamente pero sí los zapatos. Lo haces breve e inconscientemente y por alguna razón te demoras un poco más que los otros que realizan esa misma acción. Tal vez por eso me fijo en lo que haces. Arrastras las zuelas por el objeto que está ahí, junto a la entrada, pero al mirarte da la impresión que realmente intentas dejar algo ahí, despegar algo que viene adherido a tus zapatos y que no quieres hacer ingresar en la casa. Esa mínima diferencia en el tiempo y en la aparente consciencia con lo que haces aquello me lleva a preguntarte por qué lo haces. Qué es lo que piensas al hacerlo o qué es exactamente aquello que quieres dejar fuera al momento de entrar a casa. Tú te muestras confundida. En silencio ante mis preguntas. Supongo que piensas que tal vez se trata de un ataque. Otra vez poniendo atención en tus acciones y no en las propias que nunca se prestan al análisis y al escrutinio detallado, según comentas. Yo intento explicar que no, que no es eso, pero nunca sé explicar. Entonces te molestas -te enfureces, casi-, diciendo que te acuso de querer ocultar algo o de dudar si entrar o no a casa. Luego me acusas de no salir. De no cruzar el umbral. De permanecer siempre en un punto fijo de observación ante los otros. Incluso de estar muerto, me acusas. Ante eso último, por cierto, ni siquiera respondo. Guardo un par de libros en mi bolso y e voy del lugar. Desaparezco.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales