viernes, 26 de noviembre de 2021

De cartón piedra.


Hacía figuras en cartón piedra.

Figuras humanas, me refiero.

A escala natural.

Como el cartón solo se conseguía en pliegos pequeños debía encargar directamente a la empresa.

Luego los cortaba, pintaba y los iba reuniendo en un pequeño cuarto que utilizaba de bodega.

Inicialmente, había vendido tres a una compañía de teatro y pensó que en algún momento podría recuperar la inversión.

Sin embargo, las figuras se fueron apilando y él tampoco se esforzó en intentar vender algunas.

En cuanto a las figuras, estas eran independientes, de diferente procedencia y caracterizadas en diferentes épocas.

Yo mismo serví de modelo para dos.

El rostro mayormente y un poco la contextura general.

En una soy un ciudadano romano, del siglo II, vestido como supuestamente se vestían en la ciudad en el periodo de la Pax Romana.

En la otra figura, estoy vestido como un cochero británico, de principios del siglo XX.

No son figuras especiales, solo dos más dentro de las decenas que tiene apiladas en ese pequeño cuarto.

Hace unos años, la última vez que nos juntamos en su casa, sacamos algunas de las figuras y nos fotografiamos con ellas.

En el ángulo exacto y bajo la luz precisa, las figuras podían pasar por seres humanos reales, si alguien desconocía su real condición.

Yo, por supuesto, me fotografié con las dos figuras que tenían mi rostro.

Un rostro más joven que el actual, por supuesto, y un tanto más delgado.

Hoy encontré casualmente la fotografía, y por eso me acordaba.

El archivo, más bien, pues se trata de una foto digital.

Estaba en unas carpetas antiguas, en un computador que ya no uso.

La observé por un rato, hasta que poco a poco me sentí incómodo.

Y es que creí ver en mis ojos -o en el reflejo de ellos, más bien-, el miedo de convertirme en lo que ahora soy.

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