miércoles, 29 de mayo de 2019

Nadie discute.



I.

Nadie discute que era bueno.

Pero falta reconocer que era hueón.

Podría dar mil ejemplos, pero mencionaré solo uno.

Una vez, en Canadá, intentó ayudar a un oso que había metido una de sus patas en una trampa.

El oso lo mató, por supuesto.

Y no liberó al oso.


II.

He ido a algunos homenajes, pero siempre termino arrepintiéndome.

Muestran grabaciones, fotografías, y hasta leen algunos de sus poemas.

Son sencillos, directos… pero todos pecan de una ingenuidad pasmosa.

Alabanzas desmedidas, en general, hacia personas cercanas y hasta políticos de época.

Hay uno muy extenso, por ejemplo, en el que alaba durante setenta páginas a su esposa.

Tal vez lo conozcan.

Tiene siete cantos y en tres de ellos nos habla de su excelsa fidelidad.

Antes de que el poema se publicara, la mujer ya lo había engañado con dos de sus hermanos y con el editor de sus libros.

No culpo a la mujer, por supuesto, pero no puedo valorar ese poema -ni al que lo escribió, por cierto-, sin pensar en todo aquello.


III.

Es extraño, pero lo que lo lanzó a la posteridad fue justamente lo que le ocurrió con el oso que mencionaba en un inicio.

Comenzó a hacerse famoso desde entonces, solo porque un oso lo despedazó.

Llevaba un cuaderno con poemas en su bolso, que terminó lleno de sangre y prácticamente ilegible.

Al oso lo hubiesen liberado, por cierto, pero tuvieron que sacrificarlo porque dio muerte al poeta.

Bien podría ser un último recurso, pienso yo, si la fama no llega por sí sola.

Despedazar a un mal poeta, me refiero.

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