miércoles, 1 de mayo de 2019

Una trotadora.



I.

Estoy seguro.

Dios no creó el mundo.

Dios creó una trotadora.

Una para cada uno, digamos.

Y nos puso ahí.

Uno en cada una.

Sin excepción.

Eso fue lo que Dios creó.

Una compleja trotadora.


II.

Tras el primer latido empieza a funcionar la trotadora.

Uno no lo sabe, claro.

Uno cree que es el mundo el que funciona.

Y creemos entones avanzar.

Y hasta hablamos de descubrir el mundo.

O recorrerlo, al menos.

Lamentablemente, no importa el esfuerzo que hagamos.

No importa pues siempre permanecemos en el mismo sitio.

Moviéndonos, claro, pero en un mismo sitio.

Y mientras lo hacemos, una banda de imágenes y seres
pasa una y otra vez junto a nosotros.

Desde el primer latido y hasta el último.

Eso es lo que sucede.


III.

Ahora bien: sé que Dios creó una trotadora.

Una para cada uno, como decía antes.

Sin embargo, no sé decir si lo que creó fue un engaño o un regalo.

Después de todo, sus tiempos son precisos.

Los de la trotadora, me refiero.

Están ajustados a nuestra fuerza y saben cuándo acelerar.

Y saben también, por supuesto, cuando detenerse.

No se puede hacer trampa:

Si te dejas de mover la trotadora te arrastra.

Y te expulsa antes de tiempo.

Si vas más rápido te desequilibras.

Y puede ocurrir lo mismo.

Así, finalmente, solo se puede aceptar una cosa:

Esto fue lo que Dios creó.

No un mundo, como decía en un inicio.

Creó más bien una trotadora.

Aunque claro… también es cierto:

Dios sabe lo que hace.

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