jueves, 30 de mayo de 2019

Deuda.



Vino a pagar sus deudas.

De improviso.

Llamó a la puerta y me lo informó, sin más.

Lo hice pasar.

Nos sentamos en una mesa pequeña que está en la cocina.

Le ofrecí café.

No contestó, pero le serví igual.

También vacié un paquete de galletas en un plato.

Se veía nervioso.

No molesto, pero al menos estaba inquieto.

Le pregunté qué ocurría.

Vengo a pagar mis deudas, me dijo.

Ya me había dicho eso así que insistí con la pregunta.

Disculpa, dijo entonces, siempre me pongo así cuando sé que quedaré en cero.

No hay problema, dije yo, solo tranquilízate.

Supongo que lo intentó mientras contaba el dinero.

Lo traía exacto, pero lo conta varias veces, de igual forma.

Luego me pidió que yo lo contara.

No es necesario, repliqué.

Hablemos de otra cosa.

Lo intentamos un poco, pero no resultaba.

Sentía que existía algo más y que no lograba verlo.

Es desesperante quedar en cero, dijo de pronto.

Sin deudas, quiso explicar, en el punto muerto del gráfico.

Deber algo te da dirección.

No deber y no tener es lo mismo que ser un cero.

Haber vivido hasta acá por nada.

Económicamente nada, claro…

Yo lo escuchaba y no sabía bien qué decirle.

Lo vi tan afligido así, sin deudas, que pensé incluso en prestarle dinero otra vez.

Entonces él me pidió que contara el dinero de todas formas.

Yo lo hice.

La cifra era correcta.

Mejor me voy, dijo apenas confirmé.

De acuerdo, contesté.

Luego que se fue miré la mesa, que seguía donde siempre.

No se comió las galletas y apenas probó el café.

El dinero estaba todo junto, en un costado.

Me sentí extraño, entonces, mirando aquello como una escenografía.

Me han pagado una deuda y todo sigue en paz, me dije.

Pero no me convencí en lo absoluto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales