miércoles, 15 de mayo de 2019

En la lucha libre.


Fuimos a ver lucha libre.

Toda una tarde: al menos quince combates.

Disfraces a mal traer.

Cervezas de litro a $2000.

Un par de lesiones llamativas:

Un peleador vestido de charro que le frotó un par de jalapeños en los ojos a otro vestido de frac.

Y un peleador enano, vestido de pikachu, al que se le salió un hombro tras caer fuera del ring.

Entre las peleas, también, una que llamó nuestra atención y que fue más conceptual.

Desarrollada como una performance extraña que bien podría haber sido parte de una exposición de arte contemporáneo.

El hombre velcro versus el hombre teflón.

Con una gran presentación que explicaba las características de cada uno.

No sé muy bien cómo explicarla.

Había un cinturón brillante en juego.

El hombre teflón se movía ligero y el hombre velcro se notaba cada vez más pesado.

No se golpearon directamente.

Supuestamente al hombre velcro se le adherían cosas y al hombre teflón, por el contrario, le resbalaban.

Finalmente, el hombre velcro caía aplastado por el peso que llevaba.

Pero el hombre teflón no podía, tras el triunfo, ponerse el cinturón, pues este se le caía invariablemente y se caía incluso de sus manos.

Aplaudimos la pelea mientras la mayoría pifiaba hasta que entró corriendo un tipo, personificando a un dentista.

Combatió sin subir al ring con un peleador que personificaba a Hitler.

Pude ver, junto a mi asiento, cómo el dentista metía un alicate e intentaba arrancar un diente al falso führer.

 Me saltó sangre a un pantalón incluso mientras lo hacía.

Creo que apenas logró sacar un pedazo.

Luego, escuché cómo Hitler le decía que se equivocó de diente.

Me dio tanta lástima que me acerqué a él y cuando empezó la otra pelea le invité una cerveza.

También llegaron a tomar el hombre velcro y el hombre teflón.

-Velcro -dijo el primero, cuando se presentó.

-Teflón -dijo el otro.

-Vian -dije yo.

Mientras tomábamos, me dibujé un traje, en una servilleta.

Incluía, por cierto, una trompeta.

Hice lo posible para que la vieran, pero si fue así no hicieron comentario alguno.

Finalmente, Hitler tomó la servilleta para limpiarse la sangre que aún le salía de la boca.

Poco después, pagué las cervezas y me fui del lugar.

Ni teflón ni velcro, me dije.

Vian.

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