viernes, 10 de mayo de 2019

Hombre con máscara de perro.


I.

M. me cuenta que ayer lo asaltó un tipo que llevaba una máscara de perro.

Fue a la salida de un banco, justo al doblar por una calle angosta que se había quedado momentáneamente sin transeúntes.

Entonces, cuenta M., el tipo con la máscara de perro apareció desde detrás de un auto que se encontraba estacionado y lo apuntó con un arma.

“Guau”, dijo el hombre con la máscara de perro, mientras lo apuntaba.

Al parecer no dijo nada más.


II.

Yo pensé que me estaba hueveando, pero justo cuando comenzaba a reír me pegó un culatazo en la cabeza y casi me hizo caer.

Ahí todavía tengo el corte… mira.

Entonces el hueón indicó con su pistola mi mochila, donde había guardado el dinero, antes de salir del banco.

Y claro, yo se la pasé sin pensarlo, ya que me corría sangre por el rostro, y estaba nervioso.

Además, el dinero no era tanto y yo nunca he sido muy valiente.


III.

M. me explica que la máscara de perro era de goma, y estaba llena de detalles.

Era de esas que cubren totalmente la cabeza y tienen aperturas para ojos boca y un par de pequeños agujeros a la altura de la nariz.

Por lo mismo, no pudo describir al asaltante cuando, minutos después, fue a denunciar el robo.


IV.

Más encima me huevearon los pacos.

Por ejemplo, el que tomaba apuntes me preguntó si el hueón movía la cola.

Yo respondía porque en principio no me daba cuenta que me estaban hueveando, pero al final me molesté y les exigí que hicieran algo por buscar al tipo o encontrar lo robado.

A lo mejor Boby enterró la mochila, dijo uno.

Tal vez podamos mandar un agente encubierto con máscara de gato… dijo otro.

Yo no tenía mi teléfono para grabarlos y ellos lo sabían.

Y se aprovechaban de eso y se reían y hasta me decían que no había nada que hacer.

Ante lo inevitable no vale la pena esforzarse, me dijeron.

Es como con la muerte, dijo uno que estaba más lejos, haciéndose el listo.

En una de esas también anda por ahí con una máscara de perro, remató otro.


V.

Esa misma noche, sorpresivamente, alguien llamó a M., al teléfono de su casa, para decirle que había encontrado sus cosas.

Era una voz de mujer, posiblemente mayor, según calculó M.

En la mochila estaban sus documentos, un libro de Arlt y hasta la totalidad del dinero, le informó.

La mujer le pidió la dirección para enviarle la mochila por encomienda, pues dijo no estar en condiciones de juntarse.

Entonces M. pensó que podían estarlo engañando, para obtener más datos, y el maricón les dio mi dirección.

Ayer, de hecho, llegó la mochila con la encomienda y comprobé que venía todo.

Leí el libro de Arlt, lo guardé en mi biblioteca y hoy me gasté el dinero.

A M. le dije que en la encomienda venía un collar de perro y un hueso.

Me creyó porque sabe que no miento, salvo cuando escribo.

No supo sin embargo que esta vez yo mismo escribí y leí aquello que le dije.

Esto no es, por cierto, una confesión.

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