jueves, 16 de mayo de 2019

Encuentro.


Me dijeron que se había muerto, pero yo lo volví a ver. Parecía vivo, por supuesto, cuando lo volví a ver. Entonces le comenté lo que me habían dicho y él se río un poco (solo un poco) y señaló que, si la información era cierta, morir no era tan malo, y que se sentía igual que estar vivo. Yo lo pensé un instante y le di la razón. Aunque me quedé pensando un rato como se sentía, exactamente, estar vivo. Cual era la sensación precisa, digamos, de ese estado. Entonces él cambió el tema y habló de fútbol. Luego preguntó por mí. Qué había hecho el último tiempo y todas esas cosas. Yo contesté y en el fondo dije lo mismo que le habría contado si nos hubiésemos juntado un año antes, o tal vez cinco. Y claro, él hizo también los comentarios que habría hecho en esas fechas. Bebimos un poco menos que antaño, pero nos emborrachamos antes. Lo comentamos. El lado bueno era que ahorrábamos dinero, dijo él. Yo iba a decir que ahorrábamos tiempo, pero al final lo dije. Se hizo de noche. Nos fuimos. Sumando y restando no recuerdo que haya pasado mucho más. Se me quedó en el bar una novela de Laszlo Krasznahorkai, que no estaba nada mal. También un polerón, pero eso no importa. Tras despedirnos, pensé que, si él en realidad estaba muerto, no daba siquiera para un buen cuento. Y si lo estaba yo, ciertamente, tampoco.

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