viernes, 31 de mayo de 2019

Marcas en las puertas.


Había sangre en las puertas de las casas de ese pueblo.

Una gran marca hecha de sangre había, más bien, en cada puerta.

Y tras las puertas de las casas las madres abrazaban a sus hijos.

Porque iban a morir, los abrazaban.

Por temor a su propia soledad, los abrazaban.

La marca hecha de sangre en cada puerta se refería a aquello.


No había padres, en el pueblo.

Ni en las casas, ni en las calles, había padre alguno.

Tampoco en la iglesia, ni en los campos, y menos en el cementerio.

Si preguntabas por ellos a las madres no respondían pues abrazaban a sus hijos.

Y los hijos no respondían pues sus bocas estaban selladas contra el regazo de las madres.

Entonces, ante la ausencia de respuestas llegó la noche al pueblo.

Y en la oscuridad la sangre que había en cada puerta brillaba como una luz.

No había padres, decía, en todo el pueblo.


Murieron seis niños esa noche.

Se escucharon gritos, lamentaciones y hasta amenazas al cielo.

Las que quedaron solas alegaban injusticia y se arrancaban, a sí mismas, el cabello.

Habrá que volver a marcar las puertas dijeron otras, con herramientas en las manos.

Mientras observaban a las que quedaron solas, lo dijeron.

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