sábado, 1 de junio de 2019

Pobres hombres.


I.

Mueren en silencio, los que cantan para sí mismos.

Pero claro: todos mueren.

A veces, los que cantan para otros me dicen.

Que dieron su vida por los que cantaban para sí mismos.

Y entonces se arrepienten.

Hasta con vergüenza se arrepienten.

Y su silencio es entonces tan amargo como un ruido.

Y los hombres que escuchan ese ruido.

Pobres hombres.

Dejan al instante, de cantar.


II.

Ingenuos todos.

No queda ningún sabio en esa aldea.

Confundidos.

Consultan a un viejo de barbas, porque no hay más.

Y el viejo les dice que canten.

Y les habla de vencedores y vencidos.

Y como todos son ingenuos creen que solo cojean los vencidos.

¡Pobres hombres…!

Algunos se creen vencedores, porque no cojean.

O porque creen que no cojean.

Pero hay muchas formas, invisibles, de cojear.


III.

¡Pobres hombres…!

Alguien les mintió y les dijo.

Que no era bueno que estuvieran solos.

Y desde entonces se aferraron, prácticamente, a cualquier cosa.

Se aferraron a hombres que cantaban sin saber a quién.

Se aferraron a algo que llamaron amor, simplemente por cobardía.

¡Pobres hombres…!

Por escapar del silencio llegaron al ruido.

Por anhelar compañía se alejaron del amor.

Por buscar conocimiento creyeron en viejos barbudos.

¡Pobres hombres…!

Dejaron, finalmente, de cantar.

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