sábado, 29 de junio de 2019

Un perro, por ejemplo.


“Aquello que,
al ser añadido a otra cosa,
no la hace más grande
y al quitarlo no la disminuye,
es nada”
Z.

I.

Por ejemplo, un perro.

Un perro que no muerde.

Tenemos uno con veinte dientes.

Y luego tenemos otros con treinta.

¿Podemos decir que tenemos dos perros?

¿O que entre uno y otro hay nada?


II.

Paseemos, mejor, al perro.

Con correa, para mayor seguridad, vamos a pasearlo.

Yo llevo al perro en esta dirección y usted lo lleva por esta otra.

Luego damos media vuelta y regresamos al punto de partida.

Casi como con la vida, ¿no cree?

No llegaremos nunca en el mismo instante.


III.

El instante.

Tal vez pensemos cosas distintas cuando hablamos del instante.

Ahora hay un instante, dice alguien.

O lo hubo, más bien, digo yo.

Sin magnitud el ahora.

¿Existe el perro en un instante?

¿Y si el instante no admite movimiento y vivimos en una suma de instantes…?

¿Por qué debiese creer que paseado verdaderamente al perro?


IV.

Sin moverse, el perro me mordió.

El perro que no muerde, sin moverse, me mordió.

En un tobillo se enterraron veinte dientes.

En el otro se enterraron treinta.

Hoy no tengo más tobillos.

¿Muerden todos los perros que no muerden?

¿Me hubiese mordido un perro que yo ya supiese que mordía?

Ese es el ejemplo del que hablaba.

O ese era, más bien, el ejemplo del que hablé.

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