domingo, 23 de junio de 2019

Cuidado.


Ahora que no tengo una mujer que me regañe por llegar tarde, no llego tarde, me dijo. Tampoco borracho. Y hasta he dejado de despotricar contra el mundo, como ella decía. El trabajo sigue sin gustarme, claro, pero supongo que lo acepto. Lo veo venir, digamos, como al tiempo, después de los pronósticos. Lavo y cuelgo mis ropas. Hasta plancho mis camisas y me quedan bien. Tengo un poco revuelta la casa, pero mucho menos que antes. Cocino yo mismo y lavo los platos apenas termino de comer. Los niños vienen los fines de semana y tratamos de salir. El dinero no es mucho, pero nos arreglamos. Me sorprendo llamándolos por teléfono durante la semana y también he recibido unas pocas llamadas sorpresivas. Supongo que eso es bueno. Así se siente al menos. No hago yoga ni voy a la iglesia, pero riego mis plantas. Me he dado cuenta que están vivas. Suena profundo eso, pero no lo es tanto. Son cosas de las que uno se da cuenta nada más. A lo que me refiero es que no soy otra persona. Sé que no es un mal periodo, aunque de vez en cuando me vengo abajo por la culpa. No sé bien de qué. Tal vez porque siento que he hecho daño. He dejado de hacerlo, claro, pero ciertas cosas ya están hechas. Mal hechas, claro. De todas formas, si me centro en eso no lavaré los platos ni plancharé mis camisas ni llamaré a mis hijos y hasta se morirán las plantas. Debo tener cuidado con eso. Ella no lo entiende, claro, pero debo tener cuidado… ¿quieres otro café, a todo esto? ¿o algo de comer? Pide tranquilo, me dijo, ya pagué por todo. Ahora me cuentas cómo estás tú.

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