martes, 4 de junio de 2019

Para qué.


Limpia las armas todos los días. Tiene dos. Un revólver grande que había sido de su abuelo y una pistola automática pequeña, que compró en una oportunidad a un hombre en una plaza. Tiene implementos para limpiarlos y le gusta desarmar completamente las armas y luego volver a armarlas. Calcula el tiempo, incluso, que demora en este proceso. Las armas tienen munición, pero nunca ha disparado. Alguna vez pensó hacerlo, pero no sabía bien dónde. Tiene un patio pequeño y vecinos que tal vez podrían sospechar de él, y denunciarlo. De todas formas, una vez quiso hacerlo y disparar al aire. En medio de la noche. Disparar simplemente y volver a acostarse. Los vecinos probablemente escucharían el ruido, pero no sabrían de dónde vino. Y no habría huellas, del disparo. Fue esa misma noche -en que no disparó, pero estuvo cerca de hacerlo-, que comenzó a pensar que pasaba con ese disparo. ¿Le llegaría a él mismo si disparaba verticalmente durante una noche sin viento? Le dio vueltas al asunto y pensó que era posible. Eso le dio risa. Pensó que era una forma estúpida de morir. Aunque morir era estúpido de por sí, no importaba tanto la forma. Mientras armaba y desarmaba las armas al día siguiente seguía pensando en aquello. No tanto en la posible trayectoria de la bala sino en la idea de sufrir una muerte estúpida. No había pensado mucho en eso antes. En su propia muerte, digamos. Por otro lado, pensó también que si la muerte era estúpida podía volver estúpida la vida que cortaba. Como una película genial, pero que termina de forma ridícula… ¿acaso no pasaba a ser una película ridícula? Se dio cuenta entonces que por estar pensando esas cosas olvidó tomar el tiempo que demoraba ese día. Tenía un récord para el armado y desarmado y trataba de superarlo, si era posible, cada día. Ahora había terminado de armarlas y no lo había tomado. Se quedó así, entonces, con una pistola en cada mano y mirando el reloj en que calculaba su tiempo, que seguía funcionando, en la pared. Tal vez debía pensar algo, sobre el tiempo que corría, pero no sabía qué. Lo intentó durante un par de minutos, pero no se le ocurrió qué se podía pensar, sobre el tiempo. Mientras eso ocurría, sintió que uno de sus dedos comenzaba a tensarse, sobre el gatillo. Vivir era estúpido, también, si lo pensabas de esa forma. Una mosca, que caminaba sobre la mesa, parecía mirarlo directamente a él. Era lunes. No hubo disparos, finalmente. No ese día, al menos. Para qué.

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