Ella explicaba que todas aquellas cosas eran como un
molde. Un molde humano, decía. Yo no
entendía bien y ella se esforzaba por facilitar mi comprensión. No está mal todo esto, continuaba. Estas cosas nos dan forma. Como la huella
que deja tu cuerpo en la cama, decía. Los
libros que has leído. Las películas que has visto. Los pequeños recuerdos de
los lugares visitados. Tenerlas aquí está bien. Recuerdan tu forma. Tu peso. No
te deshagas de nada. Caóticas o no han sido tu molde. Tu molde humano. No es
que tu significado esté en ellas ni que tu significado limite con ellas. El
significado es más bien algo sin importancia. Algo fijo. Tú y tus cosas son en
cambio un molde vivo. Ambos se dan forma. Tú con tu orden que no acaba y las
cosas simplemente con estar ahí. Con la importancia que les da el estar ahí. Es
importante que estén… tú lo sabes. Son
tu molde humano.
Yo la escuchaba y si bien agradecía sus palabras,
también es cierto que me apenaba todo aquello. Y es que la idea del molde me
sonaba también a estancamiento… o incluso a tumba. No se lo dije a ella, claro,
pero de todas formas pareció entender, pues se rio un poco restándole
importancia e insistió con sus ideas.
La tierra en
que plantas la semilla también es un molde, me dijo. No creas que encierra o que limita en todas direcciones. Solo entiende
que el molde tiene tu forma. Y está ahí para que no la olvides. Yo también
tengo un molde y lo aprecio, dijo. Y
es bueno volver a él como a la huella que tu cuerpo dejó en algún sitio…
Un molde
humano, dije entonces, empezando a comprender.
Exacto, dijo
ella. Un molde humano.
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